Su rostro mostraba incomodidad cuando expresaba que no le agradaba que le dijeran gringo porque él tenía su nombre. Otras personas lo habían discriminado porque se casó con una panameña y, según los "metiches", debió casarse con un nacional y no irse de su pueblo.
Una dama jubilada que participaba de un paseo se sintió asombrada de que una pasajera desaprobara sus zapatillas. Más aún que la mirase despectivamente porque calzaba estas. Explicó la señora que ella se vistió elegante hacia arriba, pero por una enfermedad de los huesos prefirió que sus pies estuvieran cómodos.
Cierto es que para las personas consideradas como "metiches" no hay límites a la hora de dañar a otro ser humano.
Conozco gente que se las ingenia para preguntar la intimidad ajena a quien sea con tal de estar al tanto de sus vidas. Lo triste es que no buscan alegrarse con el bien de estos seres, sino inventar para distorsionar la buena imagen que tengan. Pienso que parte de esta acción tiene que ver con una baja autoestima de sí mismos.
Una vez en casa de un familia me tocó escuchar y ver a una "metiche profesional", mientras revisaba unos documentos que la dueña tenía en una mesa. Pregunté a la mujer por qué revisaba lo que no le pertenecía. Contestó "cuando deseo saber algo y no me lo quieren decir, busco la manera de enterarme". Fue la última vez que la chismosa entró a esa casa, pues era de temer.
Quien actúa así posee malas costumbres. Causan molestias constantes a aquellos que se convierten en víctimas de dichas "lenguas venenosas". Muchos de los entrometidos por su forma de ser rápidamente se dan a conocer. Y aunque reciben el rechazo no dejan la práctica de vidajenas.
Combatirlos no siempre es fácil, porque son parte de nuestro folclore diario, pero hay quienes señalan que "al bagazo poco caso". La verdad triunfa al final.