Yace en paz, sola y rendida
de Tenoch la ciudad bella;
parece que impera en ella
la muerte más que la vida....
No cubren mantos de pluma
los cuerpos de altivos reyes;
tiene otro Dios y otras leyes
la tierra de Moctezuma....
en toscas piedras sentado
y con harapos vestido;
entre las manos hundido
el semblante demacrado;
un hombre de aspecto rudo,
imagen de desventura,
siempre en la misma postura
y como una estatua mudo;
En su conjunto reviste
tanta tristeza ignorada,
que la gente acostumbrada
clama al verlo: ¡el indio triste!
la nación que libre un día
vivió con riqueza y calma,
sintió en el fondo del alma
horrible melancolía.
Y sin ninguna amenaza,
viendo a su nación cautiva,
fue la expresión muda y viva de la aflicción de su raza.
Muchos años se le vio
en igual sitio sentado,
y allí pobre y resignado
de su tristeza murió.
Si bien es lamentable que muriera de tristeza "el indio triste" de estos nostálgicos versos del poeta mexicano Juan de Dios Peza, es aún más triste que aquel indio ignorara el verdadero deseo de ese "otro Dios" que ahora tenía su tierra. Ese Dios quería y podía hacerlo feliz, ¿pero cómo iba a saberlo él? ¿Acaso no era el Dios de los conquistadores? Lo cierto es que al desposeído indígena de América, Dios deseaba darle un hogar en el cielo que superara mil veces al que tenía en "la tierra de Moctezuma". Y quiere hacernos felices también a nosotros. Si aceptamos su oferta, podemos comenzar a disfrutar de ella hoy mismo.