Dios, hoy quiero pedirte que me ayudes a cambiar. Esta vez sí lo haré. No voy a quemar a mi mujer con la chica que conocí ayer; no voy a fumar; no beberé más licor; me definiré realmente en el sexo que soy; no robaré en la empresa donde trabajo; no voy a matar más para obtener dinero; no hablaré mal de mis compañeros de trabajo y mucho menos dejaré de cumplir esta promesa que te hago.
¿Cuántas veces usted ha pedido cambios en su vida a Dios? Seguramente cientos de veces, pero cae tontamente en el mismo vicio que lo llevó de rodillas en oración para pedir misericordia a Dios por su bien y el de su familia. Seguro usted llegó a u límite en el que ni podría autosoportarse. Es algo como mirarse al espejo y verse realmente como lo ven los demás: un borracho, un adúltero, un homosexual, un ladrón, un mentiroso. Así, como le ven, Dios también lo hace, pero la diferencia es que las personas ven su rostro y Dios su corazón. Si en ese órgano que bombea sangre a todo el cuerpo existe un granito de arena de voluntad de cambiar y clama al Todopoderoso, téngalo por seguro que sus días muy pronto serán diferentes lejos del licor, las mujeres fáciles y del montón de pecados que cometemos los seres humanos.
Caer tontamente es triste, pero más triste es no saber que quien hace la trampa para que caigamos se ríe de nosotros y se burla. Satanás quiere que sigamos la ruta del pecado para que le acompañemos en el mismo bus que lo llevará al lago de azufre junto a sus fieles seguidores.
Si te pregunto en estos momentos, ¿donde irías después de muerto y si tienes seguridad dónde es el paseo, qué responderías? Muchos han sido sinceros y han dicho que al infierno, pero en este momento tu puedes elegir la ruta y el bus que te conducirá al cielo si te arrepientes en oración y aceptas que Jesús murió por tí. Hazlo y verás que dirás: "¡Adiós vicio!"