El terremoto de 8.9 grados y el posterior tsunami que devastó la costa noroeste de Japón el pasado viernes, además de aterradores y mortales, han demostrado el elevado nivel de conciencia y dignidad del pueblo nipón.
A pesar de la destrucción que por doquiera puede observarse, el pueblo japonés ha demostrado su capacidad para manejar en el mayor orden todos los niveles de la desgracia y con la más insuperable disciplina, la adversidad y el dolor.
Este valeroso pueblo, abnegado y disciplinado, enfrenta con estoicismo la mayor crisis a la que ha sido sometido desde las apocalípticas explosiones atómicas de la Segunda Guerra Mundial en 1945.
Es importante destacar que los medios de comunicación de ese país observan un sagrado respeto por las víctimas y no han expuesto ni tomas ni fotografías de cadáveres ni de heridos en situaciones que comprometan su vida.
Otro factor que debe considerarse es que Japón se encontraba atravesando un declive financiero que había provocado el descenso de un escaño como economía dominante en el mundo.
Pero tal vez, el problema de mayor envergadura sea el de las centrales nucleares, que están en un severo riesgo de colapsar y afectar con su radiación a miles de personas.
No tenemos la menor duda de que el pueblo japonés volverá a demostrar su enorme capacidad para superar las crisis y se levantará sobre los escombros que la naturaleza ha dejado, luego de su paso implacable y destructor.
En Panamá, debemos tomar como modelo esa capacidad de respuesta, ese orden y esa disciplina para poder hacerle frente a las desgracias que se presentan de improviso como ladrón en la noche.
