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CUENTO
El Sahori de La llana

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Ansabaquín Paris
Nuestra Tierra

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Antes de morir, “El Sahori” le dijo a los moradores de La Llama que al cumplir un año exacto de su entierro, que lo abrieran. O sea que si moría el 6 de marzo, deberían abrir su tumba el 6 de marzo del próximo año.

Juana era una mujer predestinada, que llevaba en su vientre una criatura que comenzaba hacerse importante entre los vecinos de la comunidad de La Llama de Los Pozos, provincia de Herrera. Todos los días caminaba descalza llevando a pastar un caballito que le había regalado un tío, el cual cuidaba con mucho esmero para su hijo cuando naciera. Mientras el potrillo pastaba, ella se sentaba bajo un árbol cantando junto con los pájaros, llorando con el arroyo, envidiando la serenidad del caballo y contemplando las flores sobre las que revoloteaban enjambres de coloridas mariposas.

Así pasaron los días; y el bebé que Juana llevaba en su vientre crecía como un arbolito. En su corazón, se desarrolló un afecto tranquilo del cual ella misma no se percataba... como el aroma que nace en el corazón de una flor. Alimentó su fantasía como una oveja que busca el arroyo para apagar su sed. Su mente era como tierra virgen, sin haber sido hollada por pie alguno, donde el conocimiento no había sembrado ninguna semilla.

La noticia del bebé que tendría Juana, se extendió por toda La Llana de Los Pozos y otras latitudes, de que este niño sería algo muy especial, algo no común, algo extraordinario para este pueblo y alrededores.

Se regó como pólvora que el bebé “lloró” dentro del vientre de su madre. Para los campesinos de esta región, era es la señal inequívoca que el muchacho sería distinto a los demás seres humanos. Traería una misión que cumplir en la tierra en bien de los demás, como también podría ser al contrario; un hombre supremamente malo. La señales estaban dadas; él tendría una misión muy especial decían los pobladores ya que en más de una ocasión lo oyeron “llorar” dentro del vientre de su madre.

Cuando nació este niño, mucha gente bajó de la montaña a conocerlo. “Había nacido completamente ciego”. A medida que este niño crecía, se decía que podía hablar con los “duendes” decía su madre Juana. Por eso se cree que era muy intelectual, predecía el futuro, leía la mente, era un adivino.

Siendo adulto su fama era conocida por toda la región donde le llamaron “El Sahori” de La Llama, porque era un reconocido “curandero”.

Muchos se preguntaban cómo una persona ciega podía curar a la gente. “Sin conocer, ni ver las cosas; sólo las tocaba y santo remedio” decían muchos a los que curó de enfermedades.

La fama se extendió por cerros y valles, decían que “El Sahori” era un “grillo” muy bueno y muy sabio. Todos creían a pie juntillas todo lo que le contaban de él.

Cuando “El Sahori”, caminaba por el campo, se echaba de bruces para beber en el arroyo. Fue honrado a carta cabal; le gustaba estirpar de un cuajo las malas costumbres. Este hombre, especial, se distinguió por su labor humanitaria. Muchos gustaban hablar con él; porque decía mil ternezas.

Algunos escépticos trataban de ponerle un dilema, pero siempre se los resolvía.

A todo aquel que intentaba poner a prueba su sabiduría lograba magistralmente sustraerse a la tentación de contestarles.

Ese gesto de “El Sahori” era el estereotipo de algunos santos. A todos los trataba con deferencia. Para todos él mostraba un “cariño acendrado”, es decir, limpio y desinteresado. No le gustaba que lo señalaran con estilo satírico.

Siempre se mostró consecuente con lo que predicaba. “Cuando Dios da, da a manos llenas” - solía decir.

Estaba confinado al lugar menos habitable del pueblo... “un lugar cuya desolada modestia correspondía a una choza de penca y paja”.

Nada lo persuadía tanto de su superioridad como algunas nimiedades. Cuando había conjeturas que le sucedía algo malo a alguno de sus allegados, sentía ganas de llorar. A los que lo vieron, llamó la atención por sus facciones tan nítidas, por la blancura de la casa. A todo el que lo visitara, lo sorprendía con el inevitable preludio de interrogaciones corteses y de saludos.

A su precario consultorio entraba gente con la cara empavesada de lacras azules, blancuzcas y rojas.

Antes de morir, “El Sahori” le dijo a los moradores de La Llama que al cumplir un año exacto de su entierro, que lo abrieran. O sea que si moría el 6 de marzo, deberían abrir su tumba el 6 de marzo del próximo año.

Pero ocurrió que a la gente se le olvidó aquella petición del “El Sahori”; se habían pasado tres días y no lo sacaron. Cuando abrieron el cajón, no estaba el cuerpo, sólo había tres piedritas. Y cuentan los lugareños que precisamente ese día fue un 9 de marzo, el mismo día que encontraron al milagroso Jesús de la Atalaya.

 

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