El trabajo persigue el lucro de una actividad, emanada de la relación gobierno, empresa privada y las necesidades obreras, proclives a la manifiesta consumación de los imperiosos propósitos y de las consiguientes exigencias, nacidas a la sombra de las bulliciosas aglomeraciones sociales.
La voluntad y la fuerza del hombre se entrelazan en obtenciones concluyentes con anuencias de corazones píos que desplacen sus dineros sirviéndoles a muchos; siempre tendremos faenas por realizar. Pero no se puede perder de vista en nombre de la verdad que el ser humano es de temperamento cambiante en repuesta a sus reflexiones, patrón de cuidado incuestionable en el estricto rendimiento laboral.
El desarrollo de las faenas estribadas en los fundamentos interiores que a manera de propulsores gobernados por la voluntad en el ser sensible, es aguijoneado por sucesivos estímulos que lo llaman al cambio radical de los actuales modelos de vida, alimentados formalmente de fuertes designios de dignidad inquebrantable. Estas energías generadoras de éxitos en cantidades suficientes a través de los siglos, han sido testigos de los avances industriales y científicos como unificadores conceptuales capitalizados por el hombre civilizado contemporáneo, experimentos y experiencias a lo largo de su historia evolutiva.
Es natural que los obreros reclamen mejores condiciones de trabajo coadyuvadas de remuneraciones halagadoras que deben ir en mancuerna con la consagrada productividad, como mandamiento advertido, fundado en las íntimas relaciones contractuales sin limitaciones denigrantes. Laborar por tres o seis meses no es ninguna gracia, ni garantía para nadie, así no podemos pagar a nuestro paso por estos parajes terrenales nada, ni un cacharo ni una casa sin techo ni paredes.
No se puede existir la desconcertante simetría entre el obrero y el patrono; las distensiones no son buenas consejeras, cuando lo que se persigue es el esplendor y la perdurabilidad de la empresa como fuente de trabajo.