La alerta sanitaria en el país por la presencia del mosquito Aedes Aegypti y el peligro de una epidemia de dengue se ha mantenido vigente durante más de 15 años en Panamá.
Aunque el dengue se ha difundido en el país de modo que se tenga que declarar una emergencia nacional, los niveles de infestación en muchos puntos sensitivos del área metropolitana siguen siendo altos.
En lo que va del año, se han registrado 88 casos de dengue clásico, mucho menos que los 919 casos que se dieron al mismo período del 2007. Esto es bueno, pero tampoco justifica que como ciudadanos vayamos a bajar la guardia, pensando irresponsablemente que a nosotros no nos puede tocar.
Al transitar por las calles y ver las fachadas de algunas casas en la ciudad de Panamá, vemos con tristeza cómo los dueños de algunas residencias no ponen de su parte para mantener a raya los niveles de infestación del Aedes.
Recientemente, transitando por el puente de las Américas, vimos varias residencias con piscinas que se notaba no recibían mantenimiento. El agua estaba limosa y llena de hojas de árboles. En resumidas cuentas, el paraíso de miles de millones de larvas del Aedes.
Todos los que no han vivido bajo una piedra durante la última década han escuchado las recomendaciones para evitar darle albergue al mosquito vector del dengue. Es algo sencillo: no permitir que haya agua empozada dentro de nuestras residencias.
Esto implica eliminar vasijas con agua en los patios, evitar decorar con plantas acuáticas que necesiten abundante agua, no dejar neumáticos vacíos fuera de la casa que puedan recoger y empozar agua de lluvia, etc.
¿Por qué nos cuesta hacer algo tan sencillo? Tomemos en cuenta que si un día nos toca una gran epidemia de dengue, los culpables seremos los ciudadanos.