Cuando leemos las noticias en los medios sobre actos de corrupción y escándalos que se destapan en los gobiernos, todos al unísono salimos a criticar a nuestros gobernantes.
Pero eso sucede siempre cuando estamos fuera del gobierno. Pero si resulta que un gobierno nuevo sube y nos consigue un puesto público a cualquier nivel, ¿estamos tan dispuestos a ver los errores y pecados de los gobernantes?
Eso es lo que sucede con las críticas a la corrupción gubernamental, o incluso la corporativa. Es mala cuando la vemos desde fuera, pero cuando esta nos beneficia económicamente, nos quedamos callados o la defendemos desvergonzadamente.
La verdadera honestidad y honorabilidad se demuestra en el momento en que -siendo tentados por la corrupción- somos capaces de darle la espalda a esos coqueteos, y encima de eso, denunciarlos.
La doble moral en cuanto a la corrupción está en todos los niveles. Desde los altos funcionarios hasta los empleados públicos dedicados a las labores manuales. Pero también podemos encontrar en todos esos mismos niveles personas que no se dejan envolver en esa maraña. Lamentablemente, muchos de ellos son vistos con desconfianza y discriminados precisamente por eso, por ser honestos.
Cada quien es dueño de su propia vida. Los adultos toman sus propias decisiones, y deberán responder por ellas. La corrupción está ahí, y si queremos beber de ella, es nuestra prerrogativa.
Pero si vamos a estar en la corruptela a lo escondido, mientras que públicamente nos hacemos los santos y apuntamos a otros con el dedo, mejor tengamos cuidado, porque al final todo se sabe.
En un país tan pequeño, no podemos engañar a nadie con la doble moral.