El trabajo es el esfuerzo que nos permite la conformación de un hogar feliz, contribuyendo utilitariamente con el fortalecimiento de la patria estable. La vida es una incógnita indescriptible, sin poder deducir el escondite de las ocurrencias que nos guardan las espaldas, las casualidades carecen de tiempo y espacio atacando libremente en el menor instante posible.
Cuando tenemos un trabajo en mancuerna con nuestras responsabilidades nos henchimos de alegría y satisfacción, cualidades que inducen al hombre fiel a proceder con estricta honorabilidad. Ese entusiasmo reviste al individuo del alto grado de puntualidad para resolver a plenitud las diversas habilidades artísticas aplicadas en el estadio laboral.
Mantener la gente en el hogar es la reyerta que le presenta la vida. Pero muchas veces detrás de esa conquista se escode: , lo imprevisto que casi siempre pesa más que el llevar sustento diario a su gente. Los impresionantes accidentes de trabajo, reemplazan el pan de la mesa por lágrimas en la cruel y despiadada disputa que lo casual impone. Es inconcebible que lo fortuito imponga sus patrones alejándonos de tomar las debidas precauciones en el desempeño adecuado de las labores cotidianas, comenzando con felicidad y energías, saliendo más tarde en camilla para la tumba fría. Lo primero que el obrero debe hacer al inicio de sus labores diarias es cerciorarse del estado de las herramientas que lo acompañarán para rendir el trabajo sin contratiempos. El éxito de su productividad radicará con fundamento en la salud de esos instrumentos auxiliares. Casi siempre las inquietudes se troncan en angustias cuando la pobreza media en la consolidación de los propósitos asilados en la mente. La muerte no tiembla ni divaga, ella es fulminante como el rayo, devastando con ímpetu malévolo, vigilando y acechando sin piedad.
El obrero debe trabajar aplicando un doble fin, la fuerza y la astucia, donde el dramatismo que se refuerza en el sufrimiento sea derrotado. No siempre el más atrevido se lleva los laureles sino el más prudente. El obrero de la construcción debe triplicar el sentido de la vista y de la audición, como todo aquel que escucha en la oscuridad un leve rumor osando indagar su origen; proceder con inadvertencia es encontrarse con el fatídico espectáculo de tensiones aterradoras, la sonrisa fatal, que nos llevaría a la oscuridad siniestra de la tumba que casi siempre podemos evitar. Nuestras ambiciones son el pantano estancado pero profundo donde se ahogan todas las ilusiones, tanto materiales como espirituales.