"No tuvo más que aparecer en el pescante para que todo el mundo se diera cuenta de que Bayardo San Román se iba a casar con quien quisiera. Era Ángela Vicario quien no quería casarse con él. "Me parecía demasiado hombre para mí," me dijo. Además, Bayardo San Román no había intentado siquiera seducirla a ella, sino que hechizó a la familia con sus encantos. Ángela Vicario no olvidó nunca el horror de la noche en que sus padres y sus hermanas mayores con sus maridos, reunidos en la sala de la casa, le impusieron la obligación de casarse con un hombre que apenas había visto.... El argumento decisivo de los padres fue que una familia dignificada por la modestia no tenía derecho a despreciar aquel premio del destino. Ángela Vicario se atrevió apenas a insinuar el inconveniente de la falta de amor, pero su madre lo demolió con una sola frase: "También el amor se aprende".
Esta cita textual de la excepcional novela de Gabriel García Márquez titulada Crónica de una muerte anunciada tiene mucho que enseñarnos acerca de la cultura caribeña colombiana de aquel entonces. Algunos tal vez la consideren un buen ejemplo de la diferencia entre ese tiempo y el actual; otros la considerarán un ejemplo más de lo que todavía hace falta cambiar en demasiados lugares. Pero es importante que al margen de nuestra opinión al respecto, no perdamos de vista la profunda verdad que encierra esa frase: "También el amor se aprende."
Uno de los peores males que padecemos en la actualidad es la idea de que el amor es algo que se siente nada más. A eso se debe que haya tantas separaciones y tantos divorcios. Cuando los casados dejan de "sentir" el amor de novios, suele suceder una de dos cosas: o se convencen de que ya se acabó su relación conyugal, o se valen de ese vacío emocional para justificar una relación extramatrimonial en la que sí vuelven a sentir ese amor titilante de antes. ¿Y qué es exactamente lo que sienten? La pasión sensual, que en demasiados casos no tiene relación alguna con el amor genuino.
¿Qué es, entonces, el verdadero amor? Es algo que se practica, como el deporte. Es algo que se ensaya, como la guitarra. Es algo que se mantiene, como el estado físico. Y es algo que se cultiva, como un jardín. ¿Por qué? Porque vale la pena. El que no tiene amor -afirma San Pablo- no es nada. En cambio, el que de veras tiene amor, tiene algo que jamás se extingue.
El amor es algo que Dios jamás tendrá que aprender porque, a diferencia de nosotros, Él nunca ha dejado de amar. Si les sumamos a sus propias palabras las de una hermosa canción de amor, tenemos como resultado este mensaje personal de parte suya: "Con amor eterno te he amado, y por tanto yo no te dejaré de amar.