La universalidad del amor traspasa barreras, recorre el espacio, el tiempo y cubre un sentimiento, el más hermoso del mundo. Así como se necesita y respira todo en el ser amado, el deporte más apasionado del cosmos es amor, puro y verdadero amor.
Amor de cada jugador por su camiseta, sea la de su club o selección, amor del fanático que sueña con cada jugada de su ídolo, amor que no tiene dimensiones en un deporte verdaderamente cosmopolita.
Habría que amar un club, una selección o un partido inolvidable para saber de qué se habla. No es una obsesión, es una pasión que se vive y se respira en cada día de vida, en cada ida a un estadio repleto y en cada noche, antes de dormir, cuando uno repasa lo que pasó dentro de la cancha.
De igual forma es en el jugador, quien no logra dominar el deporte, si no se enamora de él, si no se enamora de la vida que hay en un partido de 90 minutos, si la pelota no ejerce en él una perversa fascinación.
Este amor no tiene descripción, va más allá, es un amor puro y salvaje, que se desencadena en cada emoción existente en el juego, en este tiempo esa pasión por el fútbol ha invadido el lugar que antes estaba reservado solamente al fervor religioso, al ardor patrio y a la fogosidad política.
En el mundo entero se puede apreciar la belleza del amor que le tiene un hincha a su camiseta. En Argentina, Brasil, Inglaterra, Italia, Colombia y mi Panamá, cada verdadero fanático de su selección vive o muere en los partidos de su país. Y se quedan con esa melancolía irremediable que se siente después del amor y al fin del partido.
¡Sí! Se vive bajo la alegría de la victoria, esa euforia que se adueña de los corazones del aficionado, y así mismo la amargura, que termina muchas veces en llanto cuando se pierde o se queda eliminado.
Este amor no tiene reglas ni excepciones, lo puede sentir cualquiera. Es mundial, tanto como la palabra gol, igual pasa en Asia, Europa, África, América, Oceanía y donde un balón ruede, con la ilusión de encontrar una red para celebrar.
Cuando rueda la pelota el mundo rueda, como si el astro sol fuera una pelota encendida, es la pasión compartida por millones y millones de personas al mismo tiempo.
Y es que en cada enamorado del fútbol vive dentro de su corazón una especie de angustia y desesperación, somos porque ganamos, si perdemos dejamos de ser. La camiseta de cada selección nacional se ha convertido en el más indudable símbolo de identidad colectiva.
Aquí nadie se escapa a este sentimiento mundial. Políticos, poetas, músicos, millonarios, obreros, por donde lo mire viven y sienten este deporte. El fútbol eleva sus divinidades y las expone a la venganza de los creyentes, con la pelota en el pie y los colores patrios en el pecho.
El amor por el fútbol, es un sentimiento de pasión desenfrenada, que lleva a quien lo vive a un estado de emoción incomparable, y para mi es escribirlo, es hacer con las manos lo que no hice con los pies, aunque a veces sea alegre y otras triste.
Hay amor en la alegría de un equipo luego del gol, en el abrazo en la tribuna con un desconocido, en la felicidad que experimenta un niño viviendo el triunfo de su equipo, hay amor en el llanto atribulado del hincha en la derrota.
Y es que el fútbol es una especie de antología que embriaga a quienes lo beben. Habrá quienes les gusta, otros que lo quieren, pero sólo aquellos que verdaderamente se enamoran de este impresionante deporte, conocen el significado de la victoria o la derrota.
Hoy en la fiesta de San Valentín, donde las rosas y los dulces cubren a los seres amados, no pasará por alto un dulce recuerdo de un gol por la mente de un hincha enamorado. Pues de seguro hasta el propio Cupido en vez de flechas y arpones, sostendrá en sus manos el arma de amor y comunión más conocida en el mundo: un balón de fútbol.