Eran las dos de la mañana, y Anita Guzmán, hermosa joven de dieciocho años de edad, hablaba por teléfono con su amiga Noemí. Era la fiesta de fin de curso, y Anita y catorce jóvenes, amigos de ella, habían alquilado un cuarto de hotel en Anaheim, California, cerca de Disneylandia.
"Hasta ahora -decía Anita en la conversación telefónica- todo va perfectamente bien." Pero en ese momento, Noemí oyó una explosión, y como que el auricular cayó al suelo. Esas, en efecto, fueron las últimas palabras de Anita. Un compañero de estudio, Raúl Coronado, también de dieciocho años de edad, había disparado una pistola al azar, y la bala había traspasado el corazón de la joven.
¿Fue fatalidad? ¿Obedeció a la ley de la estadística? ¿Fue insensatez?
Este caso consternó a las familias de ambos jóvenes. Era una fiesta de fin de curso, cuando los jóvenes reclaman toda la noche para hacer lo que se les antoje. Por supuesto, bailaron, bebieron y consumieron drogas. Bajo la influencia del alcohol, Raúl disparó su arma, y la bala fue a dar justo en el pecho de Anita. Lo que iba a ser una alegre fiesta terminó en tragedia.
¿Fue entonces fatalidad? Puede ser. La casualidad no se da a determinada hora, y la fatalidad es ciega y carece de corazón, de conciencia y de razón. Cuando se le ocurre golpear, golpea nomás.
¿Obedeció a la ley de la estadística? También puede ser. Todos los años las estadísticas demuestran que en las fiestas de fin de curso ocurre cierto porcentaje de accidentes, algunos de ellos fatales. Casi siempre es por el alcohol. Quizá este año le tocó a Anita caer dentro de ese porcentaje.
¿Fue insensatez? Aquí sí podemos ser afirmativos, porque es una insensatez gigantesca para una muchacha alquilar un cuarto de hotel con otros catorce jóvenes y consumir drogas. Es insensatez beber licor hasta perder la razón. Y es insensatez también disparar un arma en un cuarto atestado de gente.
En todo esto resalta por su ausencia todo código de moralidad. Donde no hay disciplina moral, donde no hay conciencia de Dios, ocurrirán tragedias. La vida consta de consecuencias continuas de las semillas que sembramos, y tragedias como esta obedecen a tales consecuencias.
Hace falta Jesucristo, y conciencia de su ley moral. Todo joven que piensa que es el dueño absoluto de su vida no hace más que engañarse. En cambio, si somete su vida al señorío de Cristo, Él dirigirá sus pasos, y las consecuencias serán sanas.