La comunidad entera se estremeció en lo más profundo de sus sentimientos golpeada por sendos asesinatos de niños, hechos acaecidos recientemente a mano de criminales insensatos que, sin el menor escrúpulo, le arrebataron la vida a seres inocentes, cuando apenas se asomaban a este mundo de tristeza y alegrías.
Ante semejante acto de barbarie contemporánea, de inmediato salta la pregunta, ¿qué bajos instintos anidan en la mente de quienes cometen tan repudiable latrocinio?, ¿licor?, ¿droga?, ¿odio hacia sus semejantes? O, ¿cuáles impulsos enfermizos han incubado en la personalidad de estos Nerones modernos?
Este es el fruto de hogares destrozados, del desempleo, el hambre, la desesperación y la ignorancia que campea por igual en el ámbito urbano y rural, dictaminarán los teóricos de la conducta social.
Pero resulta que actuaciones como estas, achacadas antaño al campesino menos letrado y perdido en la maraña del campo, permean ahora la conducta del habitante del suburbio y las barriadas donde hay escuelas, centros de salud, iglesias, luz eléctrica, agua potable, calles de asfalto y hasta llegan los medios de comunicación.
Algo anda podrido a lo interno de la sociedad que mira con asombro tales atrocidades y al día siguiente ya ni se acuerda de lo ocurrido, volviendo a la normalidad de sus quehaceres habituales con el diario "cada quien a lo suyo".
Tiempos hubo en que, quien cometía un crimen tan despiadado y atroz, era condenado por la propia sociedad a terminar sus días solitario y rechazado por el común de los mortales, hasta que la muerte lo sorprendía deambulando envuelto en harapos, rodando por los caminos.
Tenemos que crear asociaciones de vecinos en defensa de la niñez maltratada para denunciar a los infanticidas, y a los que han convertido cada caserío del interior y la ciudad, en un antro del vicio, perdición y malas prácticas alejadas de los valores tradicionales.
