Hace una década en nuestro país, la Educación Inclusiva era tema no pensado ni considerado por la sociedad panameña. Sin embargo, a través de estudios y prácticas realizadas con otros países, se observó la evolución positiva de niños con discapacidades, compartiendo el proceso de enseñanza aprendizaje, con el resto de los niños en salones de clases en colegios regulares previa capacitación de los docentes involucrados en el proceso.
La Educación Inclusiva a nivel superior; no ha tenido el impacto que en los niveles primario y secundario del país. Paulatinamente, las escuelas han incorporado niños y jóvenes con discapacidad, que se han integrado de manera efectiva, lo que ha creado un nivel de aceptación tal, que no hay distingos evidentes en los rasgos de comportamiento en el resto de los niños y jóvenes sin discapacidad. Como estrategia de vida, la Educación Inclusiva es prometedora para que estos niños sean integrados a sociedad, tengan un nivel de satisfacción personal, y sean productivos en la comunidad.
En universidades y centros de Educación Superior, se han producido experiencias aisladas, en las que estas personas han tenido que realizar ingentes esfuerzos por adaptarse a un sistema de trabajo que no les ha brindado las condiciones de adecuación física y ambiental, para realizar sus actividades de competencia laboral. Quizás, las políticas y estrategias utilizadas en cuanto a Educación Inclusiva, deben el de la praxis, llegar hasta las instituciones de Educación Superior, creando las condiciones necesarias, unas para el ejercicio laboral, y otras para poder acceder al Sistema Educativo Superior. Para esto, primeramente, se debe conocer las leyes, reglamentos y normas en materia de discapacidad, para poder establecer en la estructura organizadora universitaria o superior, el área de competencia que desarrolle todos los aspectos concernientes a la Educación Inclusiva y su desarrollo en estos centros educativos.
En una sociedad que se debate entre el acceso a la tecnología y a la educación, y la permanencia en la pobreza, debemos atender aquellos grupos que históricamente han sido postergados; como lo son efectivamente, los discapacitados y el adulto mayor.