Buscar la perfección es un propósito imposible que vive sólo en las partes más bajas de la desierta y vacua vanidad, anhelada por los que habitan el mundo de la encaprichada presuntuosidad, erróneos investigadores de las apagadas señales que permanecen estáticas detrás de las generaciones sepultadas. No todos poseemos el privilegio de ser Edipo que tuvo el derecho de adivinar los secretos guardados hasta entonces por la esfinge. Para mi entereza, el caos del transporte en la capital es eso, un enigma indescifrable en complicidad impenetrable; cuyas raíces son tan profundas que aparentan ser inexpugnables.
Ato la cultura con la moralidad y el deseo de rendimiento en el trabajo que han transformado los villorrios en espléndidas urbes abrazadas por el progreso. El alto poder de visibilidad del que gobierna, pullado por la espina que incentiva es capaz de efectuarle la cirugía cosmética al rostro de la ciudad, desarrollando las vías de comunicaciones a plenitud, Pérez Jiménez lo logró en la patria de Bolívar con el aval de su sacrificio.
Y me pregunto, ¿qué son los tranques? Es un embrollo donde prevalece el desorden, ausente de la cobertura del desenlace, incidiendo en la problemática. Esas cualidades muy arduas de entender paralizan el ánimo obstaculizando la devoción. Parangono la función de las vías con los vasos comunicantes donde todo debiera guardar el mismo nivel, sólo nivelando el problema podríamos conseguir homogeneidad de funciones atareadas en trabajos igualitarios.
He defendido siempre la tesis de que un transporte digno se logra con el ensanche de las vías actuales o bien la construcción de accesos alternativos, esto demandaría mayores y ágiles desplazamientos en términos de segundos, minutos y horas porque así proceden los entuertos y la velocidad. Las espaciosas avenidas nos muestran el grado de civilización de esas latitudes que basaron con prontitud las alas beatíficas del progreso. La existencia de ambos corredores no han podido satisfacer la enorme explosión automovilística que se vive cada año.
