| "Lesbiana"
            no es nombre para señorita
  Hermano Pablo
 California
 Cuando la niña
            llegó al mundo, más de veinte años atrás,
            fue la alegría de toda la familia. Esperaban una niña
            y vino una niña. Todos agradecieron a la clásica
            cigüeña el haberles hecho ese hermoso regalo. En
            seguida le buscaron un nombre. Y hallaron un nombre de mujer. Parecía sonoro y singular,
            exótico y eufónico. El padre y la madre de la niña
            la anotaron en el Registro Civil de Cauquenes, en el sur de Chile.
            Y con todo orgullo la llamaron Lesbiana Ampuero Concha. Claro, con el paso del tiempo el nombre que parecía
            suave y bonito se convirtió en un término horrible.
            Y la joven Lesbiana (de nombre, no de acción), se acogió
            a las leyes en vigencia en Chile, y cambió su nombre a
            Viviana. Ahora sí luce con orgullo un nombre verdaderamente
            bonito, femenino, eufónico y poético. A veces se producen casos muy singulares con los nombres que
            se les ponen a los niños. De ahí que haya chiquillos
            flacos y debiluchos que se llaman Hércules o Robustiano,
            varones tacaños y avaros que llevan el nombre de Generoso,
            y otros que son crueles e insensibles y sin embargo se llaman
            Clemente. El caso de Viviana Ampuero Concha fue uno especial. No se
            sabe cómo le cayó encima el nombre de Lesbiana
            que hoy en día, con la depravacion sexual general que
            sufre la sociedad, es un nombre infamante. A cambio de nombre, cambio de personalidad. En la Biblia tenemos
            muchos casos de cambio de nombres para denotar una nueva personalidad
            y destino. Jacob, que significa «suplantador» o «engañador»,
            fue cambiado a Israel, que significa «Príncipe de
            Dios». Cefas, que significa «una caña»,
            fue cambiado a Pedro, que significa «roca». Todos los seres humanos, sea cual fuere el nombre que se nos
            haya puesto en la cuna, llevamos un nombre genérico que
            nos iguala a todos: «pecadores». Y como pecadores
            estamos destituidos de la gloria de Dios. Pero cuando nos convertimos a Cristo, cuando lo recibimos
            como nuestro único y suficiente Señor y Salvador,
            el nombre se nos cambia a «hijos de Dios». Y con
            el cambio de nombre recibimos una nueva personalidad que es mucho
            mejor. Lesbiana, homosexual, sodomita, pederasta, borracho, calumniador,
            mentiroso, asesino: son todos nombres horribles. Todos ellos
            pueden ser cambiados. Con Cristo, «¡Lo viejo ha pasado,
            ha llegado ya lo nuevo!» (2 Corintios 5:17).           |