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Viernes 26 de enero de 2001



Una ley que tenía 200 años de antigüedad

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Hermano Pablo
California

Janet Vandor, joven y atractiva mujer, se retiró del tribunal entre consternada y furiosa. Se hallaba en Auburn, Massachussetts, Estados Unidos, y solicitaba licencia para casarse por segunda vez, después de su divorcio.

Pero quería casarse con su ex suegro, padre de su ex esposo y abuelo de su hija. Y el tribunal exhumó una ley que tenía 200 años de antigüedad, ley que databa de 1784 y que prohibía el casamiento con el suegro o la suegra.

No hay caso -dictaminó el juez-; nuestra ley tiene 200 años de existencia, y no la queremos cambiar.

Bien podemos encontrarle razón el juez de Auburn. Una ley tan antigua como dos siglos debería ser respetada, no tanto por vieja como por sabia. Y aquella ley prohibía los casamientos entre parientes consanguíneos o muy cercanos, como el caso de Janet Vandor y su ex suegro.

Pero la ley de Auburn no tenía 200 años de existencia. Tenía por lo menos 3.500, porque es una de las leyes morales y sociales que Dios le dictó a Moisés en el monte Sinaí. Y reza así, para que tomemos conocimiento: «No tendrás relaciones sexuales con tu nuera. No las tendrás, porque sería como tenerlas con tu hijo» (Levítico 18:15).

Y más adelante, para que no quede ninguna duda respecto a cuál sea la voluntad de Dios y cuál el sentido moral de la vida, agrega: «Si alguien se acuesta con su nuera, hombre y mujer serán condenados a muerte. Han cometido un acto depravado, y ellos mismos serán responsables de su propia muerte» (Levítico 20:12).

El profeta Amós, al señalar en su libro la corrupción moral en que había caído Israel, señala entre otras cosas: «Padre e hijo se acuestan con la misma mujer, profanando así mi santo nombre» (Amós 2:7).

Aunque estas leyes de Dios parezcan crueles o muy severas, todas ellas llevan el sello divino y están encaminadas al perfeccionamiento de la familia y de la sociedad. No son leyes caprichosas o arbitrarias: proceden de la esencia de Dios y van dirigidas a la esencia del hombre.

Nada ganamos con contravenir a las leyes divinas. Al contrario, si las violamos, pagamos las consecuencias. Nuestra sociedad actual tiende a despreciar lo divino. Por eso se encuentra en rápida descomposición.

Sea Cristo, Dios hecho hombre, nuestro Señor y Salvador, y sea nuestro único Maestro de la vida y de la moral.

 

 

 

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