Alguien dijo que no...

Hermano Pablo
California
Todo estaba listo para la boda, una boda pueblerina, con derroche de música, de comida, de invitados, de cortejo y de vítores. Jorge Iván Giraldo, joven colombiano de veinticuatro años, iba a casarse con la joven de sus sueños, Nelly Aminta Vega. Cuatro días antes de la boda, después de recibir ambos la última instrucción prematrimonial del ministro religioso, Jorge Iván le dijo a su novia: «Voy hasta el aeropuerto, a hacer una llamada a mis familiares. En el camino al aeropuerto de Malambo, cercano a Barranquilla, el joven, que conducía un jeep, chocó violentamente con un ómnibus de pasajeros. Y allí quedó, apretando en su mano las últimas invitaciones que había mandado imprimir para su boda. Así es el destino, comentó el Diario del Caribe. Historia simple ésta, como muchas otras. Historia para pasar de largo para concentrarse en otras más importantes de las que trae el diario. Historia para ser olvidada mañana o pasado. Pero, relacionada con este tipo de historias, hay toda una serie de opiniones populares que necesitan atención, que necesitan ser estudiadas y expuestas, porque revelan ignorancia, o escepticismo o incredulidad, cuando no abierta rebeldía. Una de las creencias populares es que cada uno tiene marcado su destino en las estrellas y que ese destino es inexorable. Ocurrirá lo que tiene que ocurrir, y nada ni nadie puede impedir una desgracia si así lo quiere su estrella. Otra creencia es la del castigo divino. Hay personas que ven en cada enfermedad, accidente o percance un castigo de Dios. Y suponen que la persona muerta, por ser objeto del castigo de Dios, tuvo que haber pecado terriblemente. Otros atribuyen al diablo cada suceso malo. Creen que Satanás es el ser más poderoso del universo, y que su ocupación favorita es andar provocando caídas de aviones, hundimiento de barcos, descarrilamiento de trenes e incendios de casas. Ninguna de estas creencias populares tiene base absoluta. Y además, hemos dejado afuera una cuarta opción: la voluntad humana. Podemos decir: «No sé por qué ocurrió, pero una cosa sé: que hay consuelo en Cristo para este dolor mío.» Cristo es el Señor de toda consolación y verdad, y siempre está a nuestro lado para ayudarnos en el momento oportuno.
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