El pasado sábado 14 de enero, en horas de la mañana, fui a la casa del Ñato Califa, ubicada a un costado de la Biblioteca Pública Hortensio de Icaza, para expresarle mis condolencias a los familiares del acordeonista y amigo. Cuando lo sorprendió la muerte, Carlos Felipe Isaac, verdadero nombre de este valor del folclore, iba a hacer lo que había hecho toda su vida, tocar cumbia chorrerana.
Después del acostumbrado pésame, me pareció verlo sonriente, mostrando su diente de oro, sentado en una silla en el portal arreglando los instrumentos como solía hacerlo siempre.
"Se acabó la cumbia chorrerana" vaticinó alguien con tristeza. Es que junto al Ñato iban también sus músicos, acompañantes de muchas noches de parranda y alegría.
Angustiado, sin salir todavía del impacto que me causó la partida inesperada de este juglar criollo, sentí más congoja, porque ya no volveré a escuchar en las madrugadas de luna llena el acto del tambor, la caja y el pujador, aderezados con la voz y el grito inconfundible de Chía Ureña.
Conocí al Ñato en la década del 60 cuando los conjuntos típicos comenzaban a tener auge y aparecían los primeros acordeonistas con fines comerciales muy marcados.
Para esa época, el Ñato conoce a mi hermano Agapito Acevedo, quien tocaba el Acordeón y pronto organizaron un conjunto al que denominaron Nuevas Estrellas. Sin embargo, Califa nunca abandonó la cumbia chorrerana.
Años después, desintegrada la agrupación, el Ñato toma otra vez el acordeón, organiza su propio conjunto y vuelve a alegrar las noches de cumbia.
Su trayectoria de artista popular y el estilo único con que tocaba el acordeón, se mezclaban con su temperamento siempre amable y casi festivo de una persona cuyo recuerdo será difícil de borrar de la mente de quienes lo tratamos en algún momento.
En la próxima feria de La Chorrera ya no se escucharán las tonadas, "Julia pela la yuca", ni aquella que decía "Vela, vela, vela comiendo mango y no lo pela"... Pero nos queda el recuerdo imperecedero de quien entregó su vida a salvar un patrimonio cultural que se pierde en el tiempo pasado, y que nos dice un poco de dónde venimos.