Costaba setenta dólares: un precio ni demasiado alto ni demasiado bajo. Tenía sólo doce años, pero eso precisamente le daba más valor. Estaba sana y era bonita, a pesar de su rostro triste.
Fue así como a Tatip, niña laosiana de doce años de edad, la vendieron en las calles de Bangkok, Tailandia, para ser usada como esclava sexual.
Por suerte para Tatip, cuyo nombre significa "Flor del cielo", la compró un agente secreto de la Interpol, quien luego arrestó a la vendedora.
Se sabe que en el Lejano Oriente se venden niñas y niños como esclavos sexuales. Los compradores casi siempre son occidentales, o agentes que luego revenden los niños a los occidentales.
Es un negocio sórdido, infame, siniestro. Pero no es sólo en el Lejano Oriente que hay ese negocio.
Se da en casi todas partes del mundo, incluso en nuestro mundo hispano, porque niñas y niños son apetecibles para individuos que han perdido hasta el último vestigio de moral.
Seguramente la inmensa mayoría de nosotros no sería capaz de vender a su hija por setenta dólares, ni por setenta mil. Sin duda hasta nos horroricen noticias como esas, y digamos: "¡Hay que acabar con todo eso!" Pero si bien no estamos dispuestos a vender a nuestras hijas, ¿será posible que las estemos desatendiendo?
Dejar que los niños crezcan sin una guía moral, sin un firme fundamento espiritual, es igual que venderlos en el mercado de Bangkok. Dejar a una niña sin dirección o a un niño sin ejemplo moral es como dejar caer al fango un ramo de rosas.
No darles a nuestros hijos un sólido fundamento moral y una firme fe cristiana es dejarlos indefensos ante los lobos de la vida. El alcohol, las drogas y las relaciones sexuales prematuras harán presa de ellos.
Necesitamos a Jesucristo en nuestro hogar. No simplemente algún símbolo de Cristo, sino a la persona del Cristo vivo morando en nuestro corazón.
Sólo podemos tener a Cristo en nuestro hogar cuando lo tenemos en nuestro corazón. Abramos la puerta de nuestro corazón y démosle entrada hoy mismo. |