EDITORIAL
Homicidios
Un informe hecho público ayer por el Ministerio de Gobierno y Justicia, revela que en el primer semestre del año 2002 se cometieron más del doble de homicidios que en el mismo período pero del año 2001. Lastimosamente el documento no tiene datos más completos ni muestra una panorámica más amplia del fenómeno, por lo que deja en las sombras aspectos como la edad de las víctimas, los móviles, los antecedentes de los presuntos victimarios, y los métodos para matar que han utilizado.
Importante es destacar que dichas estadísticas, preparadas por el Comité Nacional de Análisis de Estadística Criminal (CONADEC) sólo reflejan la realidad de Panamá y San Miguelito, y dejan por fuera a regiones conflictivas como Colón y Darién, por ejemplo.
De acuerdo a estos datos brindados, el corregimiento con más homicidios a su haber está ubicado en San Miguelito, aún cuando es el distrito de Panamá el que encabeza la lista de hechos de sangre con sesenta y cinco.
Todo esto en cuanto a los hechos de sangre entre el uno de enero y el dieciséis de junio del año 2002, lo que nos deja todavía a la espera de las escalofriantes cifras por la segunda mitad del año, que muy seguramente superaron con creces las registradas en el 2001.
Los datos, como dijimos, son superficiales y en apariencia no dicen nada del profundo problema social que padecen los panameños con esto de la violencia. Tal vez la entidad no cuenta ni con recursos ni con el personal capacitado para irse más al fondo del fenómeno criminal que crece como un monstruo, por lo que se queda en las capas exteriores de asunto, ignorando el corazón.
Pero esto, por el momento, es lo de menos. Lo que debe movernos hacia una reflexión angustiosa es la fatídica realidad de la muerte violenta. Los panameños estamos viviendo una de las épocas más sangrientas de los últimos años. Las armas están por todas las esquinas, y nuestros hijos más pequeños las están usando para quitarse la vida unos a otros. La droga campea como dueña y señora de todo el territorio, y se ha perdido el respeto por toda autoridad.
Este último factor, la ausencia de todo respeto hacia la autoridad, tiene a las pandillas juveniles envalentonadas. Salen a diario a las calles a buscar una víctima a quien quitarle la vida. No aceptan consejos ni escuchan directrices. Para ellos lo más fácil es apretar el gatillo. Y si se trata de ciudadanos contribuyentes, con una rutina aparentemente normal, también para ellos la vida ha perdido valor, por lo que la siegan en cualquier momento de un pistoletazo.
Todo esto debe preocuparnos como sociedad. Mucho de lo que ocurre, sino todo, es culpa nuestra, por nuestro silencio e impasibilidad. Nos quedamos con los brazos cruzados, esperan que otros hagan algo para frenar la violencia y la muerte que se enseñorea todos los días frente a nuestras narices. No nos sentimos culpables ni responsables, hasta que uno de nuestros hijos, ¡o nosotros mismos!, seamos la víctima.
PUNTO CRITICO |
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