El camino de la indecisión es uno de esos que invariablemente tiene como destino la mediocridad.
En esta vida, estamos sometidos constantemente a presiones desde todos los ángulos. Las situaciones imprevistas y los contratiempos son barreras que nos impiden progresar. Por otro lado, muchos nos tienen envidia o rabia, y el camino que tenemos enfrente es un campo minado de zancadillas y pisos serruchados. Adicionalmente, tenemos que batallar contra nuestros propios vicios, defectos y carencias.
Flaco favor nos hacemos a nosotros mismos, si encima de todos los obstáculos que se nos presentan, y todas las dificultades que nos rodean, vivimos temerosos de dar el primer paso hacia el éxito.
Si hay algo peor que no querer hacer algo, es comenzar a hacerlo y luego echarnos para atrás.
Nadie se engaña a sí mismo. En el fondo, todos sabemos exactamente qué tenemos que hace para sacar adelante nuestras vidas. Si somos personas cuerdas, todos estamos en condiciones de reconocer qué es lo que nos frena, qué es lo que nos hace infelices, y cómo podemos liberarnos de las cadenas que nos aprisionan.
Pero todo esto requiere fuerza de voluntad, determinación y perseverancia. Y sobre todo, requiere reconocer que nuestra decisión definitiva implicará un cambio radical en nuestro estilo de vida; significa salir de nuestra "zona de confort", en la que nos hemos encerrado como la tortuga en su caparazón.
Es por eso que hacer valer este tipo de decisiones es tan difícil.
Algunos se apoyan en la fe, otros en la familia, otros en grupos de ayuda, otros en un psicólogo. Pero lo importante es hacer lo necesario para salir adelante.
Primero, evaluemos bien nuestras opciones. Cuando lo tengamos bien pensado, hay que echar pa´ lante, sin mirar atrás. Ni siquiera a los lados.