Casi nunca tenemos tiempo para nada. Andamos a las carreras de lunes a viernes, de la casa a la oficina, de la oficina a la casa, a donde a penas llegamos para dormir un poco. Pasamos todo el día sacando pendientes domésticos, haciendo pagos, cuidando niños y todo pasa ante nuestros ojos tan rápido que ni nos damos cuenta.
Pero llegan las vacaciones de verano y todo parece solucionarse. Aparentemente habrá mucho tiempo libre y podremos emplearlo para todo aquello que no solemos atender: los amigos, los libros que por fin leeremos, levantarnos hasta tarde... y, de repente, parece que nada de eso se llevará a cabo, el tiempo se escurre como agua y cuando nos damos cuenta, tenemos que volver al trabajo o a la escuela sin haber hecho todo eso que habíamos pensado. ¿Qué sucedió?
Conforme pasan las vacaciones vamos postergando nuestros deberes y el tiempo pasa sin que hagamos nada.
Muchas veces, la causa de que todo se quede en planes es la falta de orden. No tenemos el cuidado de hacernos un poco de violencia y respetar el plan que hemos preparado para el verano. En lugar de levantarnos temprano, pasamos un buen rato echados en la cama, desayunamos a media mañana, nos tiramos a ver la televisión y la tarde nos sorprende sin haber movido un dedo.
El verano es descanso, cierto, pero no se trata de una época para avivar la pereza. A veces parece que es una consigna no hacer nada durante las vacaciones, promover el desorden y fomentar las ocasiones para perder el tiempo.
Olvidamos por completo que la pereza es el terreno más propicio para ofender a Dios, desde el momento mismo en que nos disponemos a no hacer nada. Mientras estemos desocupados, las tentaciones irán en aumento y ocuparemos la cabeza en pensamientos ociosos.