V.S. Naipaul, a quien sus pocos amigos llaman Vidia, no tuvo esa niñez de lecturas voraces, de historias fantásticas e increíbles ni de poemas o cuentos malos. En este libro autobiográfico - tan breve que se lee en media mañana - el Premio Nobel 2001 brinda testimonio de su evolución como escritor, de sus tropiezos, sus dudas, sus vacíos, sus incertidumbres y hasta que, por fin, sus descubrimientos.
Vidia se ha caracterizado por ser un contestatario de todo y de todos, pero en Leer y escribir (Debate, 2002) obra nacida de una conferencia, se cuida de no emitir opiniones contra nadie y realiza un viaje hacia su propio interior. Repasa sus años de infancia, en su isla azucarera de Trinidad, en donde su padre, periodista autodidacta y lector hasta decir no más, le compartía fragmentos de sus libros favoritos.
El padre de Naipaul era una especie de prisma a través de quien el autor de estas memorias aprendió a amar y a vivir la literatura. La experiencia primera con los libros no fue directa, fue por medio de este ser por quien Naipaul - en apariencia un hombre implacable y duro - sintió un cariño inmenso a tal punto de no poder resistir la lectura de un libro de cartas entre él y su padre publicado por su editor hace unos años.
Cuenta cómo fue que, por casualidad, empezó a ser escritor con un libro de viajes que le encargaron: "En mis fantasías de escritor no había idea alguna de cómo empezar realmente a escribir un libro". Vulnerable y sincero se muestra el mismo escritor que se ha ido contra los musulmanes, contra los ingleses, contra los caribeños, los hindúes, contra el sistema que sea.
También habla sobre esa distancia necesaria que le hizo posible tratar el tema de la realidad del lugar donde nació, pero del cual salió a los 18 años para irse a vivir una vida inglesa.
Revela por encima sus trucos o, si se quiere, su técnica literaria que no es más que la investigación disciplinada. Confiesa su respeto por los clásicos: "La literatura es la suma de sus descubrimientos. Lo derivado puede resultar impresionante e inteligente. Puede dar placer y tendrá su ciclo, corto o largo, pero siempre querremos volver a los fundadores". Y, por último, se quita el sombrero ante el arte que "le puso el mundo a sus pies", el cine: "No creo exagerar que sin el Hollywood de los años 30 y 40 yo habría sufrido una indigencia espiritual". |