La ciudad de Colón vive una descomposición y reflejo de ello es la existencia de pandillas que amenazan a diestra y siniestra. Por años se dejó propagar ese caldo de cultivo y ahora está casi fuera de control.
Ayer el mandatario de la República exhortaba a la gente decente de Colón a denunciar a los traficantes de droga y a los que asesinan por las calles de la ciudad. Ojalá su llamado no caiga en oídos sordos, pero mientras exista miedo en la población, poco es lo que se podrá hacer.
Corresponde a la Fuerza Pública cumplir su papel y no dejar que la violencia se extienda como mala hierba por doquiera. No es posible que un pandillero ingrese a un salón de clases y mate a un estudiante a la vista de todos. Ahora han llegado al colmo de amenazar hasta los sacerdotes y pastores.
Uno de los problemas de Colón su alto grado de desempleo. Más de 6, 000 jóvenes en edades entre 15 y 24 años están desempleados y el caso el 20 por ciento de la población tiene ingresos por debajo de la canasta básica familiar.
Pero lo prioritario es la formación en el hogar. Es en la familia donde los niños y jóvenes donde aprenden buenos valores para no dejarse atrapar por esa selva de tentaciones que es la sociedad ampliada.
En todas las familias siempre habrá dificultades, pero estableciendo un ambiente de amor y respeto las cosas se harán más llevaderas. Muchos padres dejan a la buena de Dios a sus hijos y luego se tienen los monstruos pandilleros que hay amenazan a Colón.
Es verdad que la descomposición social a veces absorbe a la juventud, pero si un chico tiene una buena base moral, podrá retornar por el buen sendero que le enseñaron sus padres, sus maestros y toda la gente de bien que vive en la otrora Tácita de Oro.