El marcado descenso de los niveles acuáticos en las hidroeléctricas del país este verano, lanzó una vez más la señal de alerta para que los panameños nos formemos una cultura de conservación de los recursos hídricos y el medio ambiente.
Pero muy a pesar de los signos desalentadores que apuntan a una crisis global del agua, en el futuro los factores que han dado como resultado este desastre que se avecina a medida que transcurre el presente siglo, continuarán intensificándose y no se detendrán si no se adoptan patrones de conducta que concilien armónicamente la actividad humana con la naturaleza, mediante políticas de desarrollo sostenible.
Inmersa en la vorágine de un mundo globalizado y en una economía de consumo desmesurado, la conservación del ambiente es un discurso vacío, pronunciado por intereses económicos poderosos que entre lamentaciones y palabras huecas siguen destruyendo los elementos de la biodiversidad.
Tanta teoría, análisis científicos, mediciones climáticas y demás hierbas aromáticas atiborran la opinión pública actual, mientras los ríos, quebradas, lagos y mares reciben toneladas de basura industrial y residencial, quizá a la espera de que algún gobierno se le ocurra inventar proyectos para limpiar lo que bien podríamos no haber ensuciado si hubiésemos adoptado a tiempo una educación ambiental en el hogar y en las escuelas.
Insisto en la necesidad de crear y hacer cumplir normas de protección en los ríos y quebradas, que delimiten una servidumbre de despeje de cien metros por lo menos a ambos lados del cauce, evitando la erosión y creando un corredor biológico desde la desembocadura hasta la cuenca.
Reconstruido este entorno natural ribereño, el mismo puede constituirse de manera sostenible en fuente de ingresos para los propietarios de las fincas aledañas y vecinos en las comunidades cercanas.