HOJA SUELTA
¡Esa mujer!

Eduardo Soto

Sábado 10 de abril. Es casi medianoche y la rotativa espera esta página para empezar a imprimir la edición de Crítica de hoy domingo. Estoy pensando si vale la pena escribir sobre esa mujer que les mencioné hace unas semanas, cuando les conté que siendo un adolescente me enamoré de una mulata que aparecía cada madrugada en la acera de enfrente, cuando yo iba a comprar el pan para el desayuno.

Dudo si es conveniente escribirles sobre los recuerdos apolillados de esos años en San Felipe, porque imagino que hay cosas más importantes: la elevada tarifa telefónica, el precio del pan, la ley del transporte, la pelea entre los candidatos para alcalde, que si "El Toro" fue a presionar al Procurador para que no se le ocurra demorar la investigación contra Mayín, el temor de la oposición por las urnas electrónicas

Son tantos y tan amargos los problemas nacionales, que me imagino que hablarles de ese mujerón y lo que me pasó con ella podría parecerles trivial.

Pero es domingo, día de descanso para muchos de ustedes, y un poco de anestecia espiritual no le hace mal a nadie. Menos a mí, a quien una buena dosis de recuerdos podría quitarme la tensión y mejorarme la salud, un poco deteriorada estos días.

Resulta que Marina -voy a ponerle ese nombre, que también me gusta y me huele a la brisa costanera del barrio- me tenía loco. La gente comentaba en la esquina que Manuel, el último de los carniceros tableños que quedaban en el Casco Viejo, había dejado de ser su marido de turno, y todos estaban haciendo fila para aspirar al cargo.

Yo soñaba con ser el elegido, a pesar que no tenía más de 14 años. En mi contra estaban todos los policías de la Presidencia, el sastre, un vendedor de billetes, tres tapiceros, un mecánico, varios empleados de la Corte y el Ministerio de Gobierno, un taxista y un jubilado del DENI; todos estaban casados, pero tenían con qué pagarle el cuarto.

Aún así, decidí decirle una de esas mañanas que la amaba. No dormí la noche anterior. El corazón se me quería salir cuando bajé las viejas escaleras de madera para encontrarla. Salí a la calle, respiré el vientecillo fresco de la madrugada y miré para la acera de enfrente. ¡Ya sentía mi boca metida en la suya, y su pecho caliente rozándome la vida! Pero no la encontré como siempre: ahora estaba en la esquina, ahogada en llanto, esperando un taxi para llevar a su hijo, víctima de una crisis de asma, al hospital. La vi tan humana, tan desolada, tan madre preocupada, que se me enfriaron las hormonas. Después de ayudarla a encontrar taxi la vi como lo que era, una persona que lucha sola contra la vida, con unos cuantos pesos al mes y dos hijos.

Fue entonces cuando pensé en mi mamá, tan linda, y me di cuenta que ella era igual.?

 

 

 

 

 

 



 

AYER GRAFICO
La Guardia Nacional se reúne en la víspera del golpe militar de 1968


CREO SER UN BUEN CIUDADANO
Sin embargo, no tomo precauciones al manejar el auto


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