La cultura es una corriente fluida que interviene con generalidad en el comportamiento de los grupos sociales que provienen o de la evolución mitocondrial o bien de nuestros padres originales, Adán y Eva, diseminadas por el Universo, cumpliendo las sucesivas y evolutivas costumbres étnicas, caracterizadas por la piel, ojos, cabellos y tamaños. Algunas de estas razas sufrieron cambios sorpresivos y estrambóticos que conmovieron a sus vecinos que se resistían a las frecuentes intervenciones de las noveles modalidades, en demostración evidente de las rezagadas aptitudes, algunas con toques leves de imperceptibles trascendencias fútiles.
Recibir los abrazos transformadores de la civilización no ha sido nada gracioso para estos conjuntos, lanzados al sempiterno abandono, luciendo actitudes muy alejadas, si las comparamos con las practicadas en otras latitudes entusiastas del planeta.
Pueden ocurrir milenios de años y ellos se muestran incólumes, alimentos suculentos del sedentarismo, huraños a cualquier modificación equilibrada. Todo lo ven fácil con el mismo cristal, el de la degradación personal, resistiéndose a entrar por la puerta ancha y atractiva de las interacciones modificadoras, que trasiegan en sus manos esplendorosas las viandas plenarias portadoras de las suculencias vivificantes, reponedoras de las virtudes inquietantes.
Aquí botamos de todo, tiramos basura por todos los puntos cardinales sin importar cuan peligroso puede ser esto para nuestros vecinos. Miren que se desprenden rápidamente del dinero sin considerar que mañana será un nuevo día y los hijos tendrá las mismas necesidades, tomar sus alimentos diarios. Somos aconsejados de la irresponsabilidad y a ella le acreditamos la completa entereza. Ellos no conocen el péndulo que nos marca la experiencia. La cultura del botarate, los eternos tributarios de los que más tienen. He de ser humilde al sellar mi destino, soy pobre, pero no menso.
