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Miércoles 27 de diciembre de 2000



Un pacto de cinco

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Hermano Pablo
California

Fueron cinco los juramentados: tres hombres y dos mujeres que juntaron sus manos, hicieron un pacto, y en seguida pusieron manos a la obra. El pacto era de sangre, y cada uno se comprometió para cumplirlo.

El juramento era contra Arsenio Lima, guatemalteco de veintitrés años. Arsenio había arrebatado el bolso de Consuelo Sagastume, también guatemalteca, de veintiséis años. Así que Consuelo y cuatro amigos más decidieron matar a Arsenio. Cumpliendo el terrible pacto, lo ultimaron de sesenta puñaladas. Todo esto ocurrió en Riverside, California.

En esta vida humana compleja y problemática suelen hacerse pactos y más pactos. Hay algunos pactos que son de paz y de progreso, como cuando dos amigos convienen estudiar y trabajar juntos, hasta sacar ambos su título de doctor.

Hay pactos de amor, como cuando una pareja de adolescentes se prometen fidelidad el uno hacia el otro, y conservan su palabra pasando por todas las trabas, pruebas y contrariedades.

Hay pactos de bondad y de amor filial, como cuando una hija se compromete a cuidar a su padre anciano, y sacrifica su juventud, su carrera y aun su felicidad como mujer, no casándose con nadie para velar por el padre hasta el fin. Son pactos de amor tierno y dulce.

Hay pactos artísticos, como cuando un compositor de canciones y un cantante se combinan para trabajar juntos. Uno compondrá bellas canciones, y el otro las cantará con voz maravillosa para conquistar a todos los públicos. Son pactos de creación artística.

Y hay también, lamentablemente, pactos de crimen y de violencia, como cuando individuos juran eliminar a un gobernante, o dinamitar un puente o poner una bomba en un aeropuerto. Son pactos con olor a pólvora y a sangre.

Pero ningún pacto que hagan los hombres podrá superar jamás aquel gran pacto de salvación universal que Dios el Padre y Dios el Hijo concertaron en la eternidad. Es un pacto de amor y de salvación total, que obligó a Jesucristo a morir crucificado.

Por este pacto eterno de salvación -pacto que Jesús confirmó, selló y coronó de gloria cuando se entregó a morir por nosotros-, todos podemos ser salvos. Realmente, todos los pecadores ya somos salvos, perfecta, completa, eterna y gratuitamente.

Para gozar de este pacto perpetuo de salvación, basta aceptar a Cristo como nuestro Salvador.

 

 

 

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