OPINION

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Por Milcíades Ortiz Jr.
Catedrático

Hacía esfuerzos para no dormirme. Me mordía los labios, me manoseaba duramente los dedos. No podía permitir que el sueño me venciera y ¡no viera llegar a Santa Claus a ponerme los juguetes de Navidad!

Mi hermano Orlando estaba en la misma situación. Teníamos días de pensar en la llegada de Santa Claus. Esta vez sí lo pillaríamos en el acto mágico de ponernos los juguetes.

Muchas preguntas teníamos en nuestras cabecitas de niños inocentes, esa noche de Navidad en la calle primera Parque Lefevre, hace más de cincuenta años. ¿Cómo entraría ese gordo de Santa Claus, si la puerta la había cerrado nuestro padre muy bien? ¿Nos traería todos los juguetes que le pedimos, en especial la bella bicicleta que yo ansiaba? ¿Cómo podía Santa entregar en una sola noche tantos juguetes?

Pero... el sueño nos venció. Y al día siguiente estábamos algo decepcionados por no resistir el desvelo y no descubrir el secreto de Navidad. Poco duró ese misterio, pues nuestro padre consideró que ya "era hora que supiéramos la verdad". Nos miramos Orlando y yo, y al fin comprendimos por qué no siempre llegaban los juguetes que pedimos en la larga lista que teníamos desde semanas atrás.

Hicimos una especie de pacto secreto: Prometimos no decirle a los otros niños quién era Santa Claus y seguir estimulando sus sueños y fantasías. Temprano, la sencilla calle primera Parque Lefevre se llenaba de gritos, de alegría en las navidades. Los niños madrugaban este día en forma misteriosa, pues nadie ponía despertador.

Los juguetes de los niños eran de "varones": revólveres de papelillo, carros, una que otra bicicleta (para los pudientes), pelota, bate y manilla (béisbol), patines y scooters, etc. Para las niñas, por supuesto las muñecas de plástico, especialmente las "modernas", que podían tomar mamadera y luego "orinarse". También recibían ellas los juegos de té. Era frecuente ver a las niñas "sirviendo el té a las muñecas", mientras los varones jugaban a los "bandidos y vaqueros".

Algunos niños lloraban porque el Niño Dios "no les trajo los juguetes que pidieron". Esto duraba poco, porque en minutos había una especie de intercambio de juguetes. A veces al final del día se veía a las madres buscando juguetes perdidos de sus niños. En esa época los niños jugaban a más no poder en las calles y los conductores los cuidaban. Eso no ocurre ahora en ninguna forma: Ya los niños no juegan en la calle por temor a que les pase algo, y los conductores, no les extrañe que manejen de manera irresponsable, sin pensar que hay pequeños en las calles.

Había vecinas que se felicitaban ese día, porque el vecindario era amistoso y cordial. No siempre había regalos por la situación económica, y eso lo disimulaban los chicos. Buscaban los juguetes del año pasado, los limpiaban.. y a ¡jugar se ha dicho!

 

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