A los 50 y tantos años, Dorothy McCready era una espléndida mujer. Durante más de 20 años había sido la secretaria privada de la adinerada familia Fisher de Hackensack, Nueva Jersey. Durante esos 20 años, Dorothy perdió a su marido. Lo mismo le ocurrió a la señora Fisher. Dorothy estaba comprensiblemente angustiada por la muerte de ambos hombres, pero continuó con sus deberes secretariales exclusivamente para la señora Fisher, quien la consideraba como un miembro de la familia.
El 1 de mayo de 1945, la señora Fisher se preocupó cuando Dorothy no se presentó a trabajar a su hora usual que era las 9:00 de la mañana. Nunca antes, en todos los años que había estado empleada con los Fisher, había dejado de llamar si es que llegaría tarde o estaba demasiado enferma para concurrir a la residencia. A las 10 de la mañana, la señora Fisher hizo que su hija llamara a la casa de Dorothy. Estaba a punto de cortar cuando alguien levantó el receptor del otro lado de la línea. La voz de un hombre respondió, "hola, hola", la hija de la señora Fisher preguntó, "¿Está Dorothy McCready allí? El hombre colgó inmediatamente.
Cuando la señora Fisher oyó esta información de su hija, llamó a una vecina de su secretaria Dorothy y le pidió que fuera a dar una mirada. Fue esta vecina quien encontró el cuerpo en el piso de su sala, vestida solamente con un salta de cama destrozado. La mujer corrió fuera de la casa y llamó a la policía.
Dorothy había sido golpeada con un objeto romo hasta morir. Un rastro de sangre llevaba a la escalera. Los detectives subieron a la habitación de Dorothy. La habitación estaba salpicada de sangre. El contenido de los cajones de la cómoda estaban esparcidos por todo el dormitorio. En el piso, al lado de la cama, había un libro abierto, irónicamente sobre el misterio de un asesinato. Una bolsa medio vacía de maníes estaba en la mesa de luz. Había maníes desparramados por todo el piso.
Por la evidencia física, los oficiales calcularon que Dorothy estaba leyendo una novela de misterio y mordisqueando maníes en la cama cuando un intruso apareció en la habitación. Sintieron que ella había luchado terriblemente por su vida, forcejeando todo el tiempo escaleras abajo, hasta que finalmente fue golpeada con un implemento que el asesino se había llevado luego con él.
Extrañamente, la sangre había sido lavada de la cara de Dorothy después de muerta. Además, el médico forense declaró que Dorothy había sido asesinada alrededor de la medianoche, lo que dejaba a los investigadores con la candente pregunta, ¿quién era el hombre que contestó el teléfono a las 10:00 esa mañana? Los asesinos usualmente no se quedan en la escena del crimen por 10 horas.
Los detectives ahondaron en el entorno de Dorothy. Se enteraron que era exactamente lo que parecía, una empleada competente que no tenía ningún secreto turbio que ocultar.
Un obrero, Arthur De Croat, quien a menudo hacía trabajos varios para Dorothy, fue interrogado por rutina. Dijo de buen grado que había trabajado para Dorothy por años. Le parecía que algo la había estado molestando durante las últimas semanas de su vida. Una noche lo había llamado porque pensaba que había un merodeador fuera de su casa. Él corrió a la casa, pero no encontró signos de un merodeador.
Cuando la policía siguió la historia de De Croat, descubrió que la semana anterior a su muerte Dorothy había cambiado todas las cerraduras de la casa. Una vecina estuvo de acuerdo en que recientemente Dorothy había estado actuando en forma nerviosa, como si tuviera algo serio en su mente.
Los detectives no descartaron el relato de De Croat de un merodeador en la zona. Aparecieron tres sospechosos. El sospechoso número uno era un agente de seguros, que fue identificado por los vecinos de Dorothy por haber sido visto varias veces en la vecindad de su casa.
El pobre hombre admitió haber visitado a Dorothy varias veces. Ella estaba por comprar una anualidad y él era un vendedor. ¿Qué cosa más natural para él que visitar continuamente a un cliente potencial? Sólo cuando la hija de la Sra. Fisher oyó su voz y juró que no era el hombre que había contestado el teléfono, el agente fue absuelto de cualquier complicidad en el asesinato.
El sospechoso número dos era un hombre joven con un prontuario como mirón. Admitió que la calle en la que vivía Dorothy era un excelente territorio para espiar. Hasta admitió que había llevado a cabo su hábito en la zona, pero convenció a las autoridades de que nunca en su vida había estado en casa de Dorothy.
El sospechoso número tres había llegado a la ciudad buscando trabajo. Su pecado más grande era tomar caminatas diarias frente a la casa de Dorothy. El también fue liberado.
Así estaban las cosas. La intensa investigación había recogido muy poco en cuanto a pistas. Todos gustaban de Dorothy. No se podía encontrar a nadie que tuviera una razón para matarla. Sin embargo, la policía sentía que Dorothy debía haber conocido a su asesino. Se hicieron pruebas con oficiales que intentaron subir sigilosamente las escaleras sin que nadie en el dormitorio los oyera. Sus experimentos indicaron que sería muy difícil de hacer. Dorothy no había saltado de la cama. Había continuado sosteniendo su libro y comiendo maníes, mientas su asesino subía las escaleras y entraba en su cuarto. Le correspondió a un inteligente oficial de policía, detective Michael Orrechio, analizar correctamente la evidencia descubierta en la escena del crimen. En primer lugar, calculó que el asesino era un hombre de hábitos. El detective Orrechio pensó que el asesino había dejado la escena del crimen, pero había vuelto horas después para revisar el edificio en busca de dinero. Cuando el teléfono sonó, lo había descolgado y, sin pensarlo, había dicho: "hola, hola", como tantas veces lo había hecho en respuesta a un llamado telefónico.
Orrechio miró las fotos de los maníes desparramados. Se había supuesto que Dorothy había estado sosteniendo un puñado de maníes cuando fue golpeada en la cabeza y los maníes habían caído de su mano al suelo. Orrechio no estuvo de acuerdo. Las mujeres refinadas como Dorothy no comen maníes a puñados.
Probablemente ella habría tomado un maní por vez de la bolsa en la mesa de luz mientras leía su libro. Sentía que Dorothy había yacido allí atontada, mientras el intruso pensaba en su próximo movimiento. Así como instintivamente había contestado el teléfono, había agarrado un puñado de maníes, pero había volcado la mayoría de ellos en el piso. Dorothy comenzaba a moverse. El asesino probablemente metió los maníes sobrantes en su mano en su bolsillo.
Los oficiales fueron instruidos de interrogar nuevamente a todos los sospechosos y conocidos de la mujer muerta, averiguando específicamente su afición por los maníes. El detective Orrechio personalmente hizo un sondeo en el vecindario de Dorothy. Entrevistó a Arthur De Croat, quien fue muy cooperativo. El detective Orrechio se fue con varios pares de pantalones de De Croat.
El laboratorio de la policía pudo informar que un par de pantalones tenían diminutas manchas de sangre. Y aún más significativo, un bolsillo de esos pantalones conservaba restos de sal y minúsculos trocitos de maní.
De Croat fue detenido. El detective Orrechio condujo el interrogatorio. Tomó unas cuantas horas antes que el sospechoso se quebrara. "Había estado bebiendo. Quería algún dinero. Entré a la casa por una ventana. Subí sigilosamente las escaleras. Ella estaba en la cama leyendo un libro. La atonté de un golpe y luego me serví unos maníes. Cuando la llevé abajo, a la sala, la puse en el piso. Encontré su cartera y saqué 24 dólares de ella. Intenté lavarle la cara. Siempre había sido una buena amiga".
Aunque De Croat nunca lo admitió, la policía estaba segura de que había vuelto a casa horas después en busca de más dinero. Todos los involucrados estuvieron de acuerdo que hubiera escapado del sangriento asesinato si no hubiera sido por su afición por los maníes salados. Arthur De Croat se declaró culpable de asesinato y fue sentenciado a prisión de por vida. |