Adán, el primer hombre creado por Jehová, se sentía solitario en el paraíso y Dios para que tuviese una dulce compañera, hizo a Eva. Ambos al caer víctimas de la tentación fueron arrojados del Edén y Nuestro Creador les otorgó la tierra, donde nuestro primer padre se ganaría el pan con el sudor de su frente y Eva sufriría fuertes dolores en el parto de sus hijos.
Jehová siempre misericordioso, escoge a una bella y pura doncella llamada María, hija de Joaquín y Ana, quien presentada en el templo de Jerusalén, cuando era pequeña, hizo voto de perpetua virginidad.
Cuenta San Lucas en su Evangelio cómo Dios le envió un ángel con objeto de obtener su conocimiento para ser Madre de Jesús, Nuestro Redentor. En aquel tiempo María vivía en Nazareth y estaba desposada con un varón justo, llamado José. Cuando el ángel se le presentó la saludó: "Ave, llena de gracia, el Señor es contigo. Bendita tú entre las mujeres". Le explicó el objeto de su visita: María era la escogida por Dios para ser madre del Hijo del Altísimo, que en ella tomaría el ser de hombre para salvar el linaje humano de la miseria del pecado.
María acepta la excelsa y sublime misión divina y responde: "He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra". El misterio de la Encarnación se realizó entonces.
Poco después María visitó a su prima Isabel, cuyo hijo sería Juan, el Precursor de Jesús. Isabel la llama también: "Bendita entre todas las mujeres". Y María humildemente reconoce que todas las generaciones la llamarán bienaventurada por los beneficios únicos que Jehová le ha concedido. El Nuevo Testamento nos habla de los sinsabores, abnegación y crueles dolores que sufrió María, Santa y Virgen, cumpliendo con sus deberes y sentimientos maternales hasta llegar al Gólgota, al pie de la Santa Cruz, tomó allí su puesto hasta ver expirar a Jesús, cuyo amor por ella se manifestó especialmente antes de su muerte.
San Juan es quien narra este episodio: "Así, pues, cuando Jesús vio a su Madre y al discípulo amado que estaban allí de pie, dijo a su Madre: "Mujer, he ahí a tu hijo". Entonces, dijo al discípulo: "He ahí a tu madre". "Y desde aquella hora el discípulo la tomó como suya".
En ese momento solemne en que Cristo agoniza en el augusto madero le legó, con su infinito amor, a la humanidad a su progenitora para que mitigara el dolor, fuese consuelo de las penas, gloriosa luz y madre amantísima de todos los hombres.
Hoy glorioso y jubiloso 8 de Diciembre, dedicado por la Iglesia Católica a la Inmaculada Concepción, es también el Día de la Madre, señalado por la Ley 69 de 1930 aprobada por la Asamblea Nacional. |