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Dentro del perímetro urbano, las áreas de uso público constituyen un respiro en el entramado de edificios, calles, automóviles y personas en que se debate la ciudad. Eso es así en los planos y diseños que las grandes compañías constructoras presentan a la Dirección de Obras Municipales y demás instancias técnicas encargadas de la aprobación y revisión de proyectos.
Si se respetara la reglamentación que rige la materia, el ciudadano podría disfrutar de un ambiente más sano, sin el estrés que produce el agrupamiento excesivo de personas, automóviles y movimiento comercial cotidiano; pero, de un tiempo acá, estas áreas, llámense aceras, plazoletas, rotondas, paradas, veredas y cuanto terreno desocupado haya, se están convirtiendo de la noche a la mañana, en asiento predilecto de vendedores ambulantes, incluso los propios dueños de centros comerciales las enajenan, alquilan y manejan a su antojo y para fines de lucro propio ante la vista ciega, y por qué no, cómplice de los inspectores municipales.
Ni hablar del desentono, proliferación de basura y mal aspecto que produce la cantidad de quioscos, carretillas y puestos de venta diseminados por todas partes. Claro que las autoridades como siempre justifican este desgreño urbano con el sopeteado argumento del interés social, aduciendo que se trata de personas humildes.
Tal es el caso de las franjas que corren laterales a las principales avenidas, que tienen función de servir de desahogo al tránsito vehicular y están siendo cerradas con cadenas, incluso, algunos establecimientos han instalado garitas de entrada donde se cobra por estacionar automóviles.
Otro ejemplo de este desorden es la avenida central donde se ha instalado prácticamente una zona comercial dedicada a la venta de comida sobre áreas públicas. |
