Me compadezco del sufrimiento ajeno cuando él es tan inabarcable que ni siquiera la intervención de los Gobiernos bien intencionados logra mitigar los efectos que ocasiona el episodio cruel.
Considero imposible el invento del aparato que logre detectar los variables cambios en los que se puedan apreciar los flujos y reflujos del peligroso fenómeno social de imperdonables resultados perversos. Según algunos entendidos, se percibe en nuestro medio un leve descenso de pobreza registrado por la última medición matemática estribada en una reducción del 36.8% al 32.7%. Las aéreas indígenas son las más afectadas logrando mantenerse con la irrisoria cantidad de $3.13 dólares diarios, estos datos recogidos no son los más benignos tampoco certeros, en los que el acelerado ascenso comprometido por el sondeo estadístico muestra el 96.3% en las regiones comarcales.
Con un presupuesto anual billonario, el rocío de la liquidez económica nos debe siquiera humedecer los labios a cada uno de nosotros que todos los días hemos esperado lo que nunca llega y, en estricto silencio. Muchos se levantan diariamente sin una pizca de aprietos, en clara holganza en cambio la mayoría languidece privándose de tomar bocado alguno, otros lo hacen íngrimos, desprovistos de harapos, titilando de frío apartado de cubrirse los órganos respetables. En teoría ciertos ponderados se compadecen de los que sufren dejando desprender alguna ayuda de sus reservas, otros les dejan caer la insignificante e indiferente mirada, del desprecio canalla. La desgracia y la miseria perviven engendrando calladamente las calamidades horribles. Abandonar el hogar campestre atraído por las promesas de un porvenir enriquecido por el engaño lisonjero, es equivalente a ninguna garantía. Muchos deambulan las calles en busca de trabajo o de algo para comer, otros se dirigen a los desechos fétidos, pensando encontrar el tesoro perdido, es el aprieto que llama a calmar el estómago vacío cercano de la sombra mustia del manto moaré del sepulcro silencioso.
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