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Cuando no tenemos la boca limpia

Hermano Pablo | Reverendo

«En cierta ocasión hablaba yo con un anciano campesino, un pobre serrano, cerca de las Hurdes, región del centro de España.... Le preguntaba si es que por allí vivían en promiscuidad. Me preguntó qué era eso, y al explicárselo, contestó: "¡Ah, no! ¡Ahora ya no! Era otra cosa en mi juventud. Cuando todos tienen la boca limpia se puede beber de un mismo vaso. Entonces.... vinieron esas enfermedades que envenenan la sangre y hacen locos e imbéciles. Porque eso de que le hagan a uno un hijo loco o imbécil, que no le sirva para nada luego, eso no puede pasar."»

De esta anécdota se vale el gran pensador español Miguel de Unamuno para hacer algunas de sus profundas reflexiones de su puño y letra en su obra filosófica titulada 'La agonía del cristianismo'. El campesino «hablaba como un sabio -comenta Unamuno-. En las palabras del viejo y sentencioso serrano comprendí toda la tragedia del pecado original.... Y comprendí también lo que es la agonía de nuestra civilización.»

¿Qué es exactamente el pecado original al que se refiere Unamuno? En una palabra, la soberbia. En el estado perfecto del huerto del Edén nuestros primeros padres tenían la boca limpia y podían beber de un mismo vaso sin que les pasara nada. Pero echaron a perderlo todo cuando quisieron ser como Dios.

Por lo menos, unos cuatro mil años después, Jesucristo, el Hijo de Dios, se rebajó voluntariamente y se hizo hombre, humillándose a sí mismo. Es decir, Dios mismo dejó de ser igual a Dios para que el hombre dejara de procurar ser igual a Dios por sus propios méritos. Así Dios invirtió las tablas del pecado original, ofreciéndonos a su único Hijo como puente de reconciliación con Él.

Si bien está agonizando la civilización actual es porque ha perpetuado ese ciclo de soberbia que comenzó en el Edén. En vez de procurar ser como Cristo en la humildad, en la entrega y en el amor al prójimo, se ha entregado al amor propio, a la promiscuidad, que la humilla, la rebaja y la mata con toda clase de enfermedades venéreas y el SIDA. Nuestra civilización corre riesgos necios, y por televisión, en el cine y en los demás medios de comunicación social, fomenta la promiscuidad y el sexo fuera del matrimonio como si no hubiera posibilidad de contagio. ¡Quiera Dios que reaccionemos y lo busquemos a Él, despojándonos de esa soberbia! Digamos categóricamente, al igual que aquel anciano campesino: «¡Eso no puede pasar»!




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