La higiene personal es algo que debe ser inculcado en los niños desde temprano. Hay que enseñarles a tirar la basura en los cestos, a cepillarse los dientes, a quitarse las lagañas y bañarse al menos dos veces todos los días. Y sobre todo, es necesario meterles en la mente que el costo de no ser una persona limpia es una posible enfermedad mortal, cosa que no tiene nada de exagerado.
Pero lamentablemente, no todos los panameños tenemos estas buenas costumbres. Y esto no tiene absolutamente nada que ver con la condición social, ya que residencias muy humildes de nuestras barriadas se mantienen impecables, mientras que otros miembros muy encopetados de nuestra alta sociedad pueden verse por ahí con un aspecto deplorable.
Y hay algunas residencias en las que cuando uno entra, siente que tiene que venir urgentemente uno de camiones de la Autoridad Nacional de Aseo.
Es cierto, la imagen no lo es todo, pero sí es muy importante. Es más, el asunto de la higiene personal tiene un componente sanitario que pesa más que el estético.
La fiebre amarilla y la malaria fueron enfermedades que causaron estragos entre los trabajadores de la compañía del Canal Francés en Panamá, y determinantes en el fracaso de ese megaproyecto a inicios del siglo pasado.
Para poder erradicar estas y otras enfermedades, salvar miles de vidas de obreros y concluir exitosamente el Canal de Panamá, los Estados Unidos tuvieron que adoptar ajustes sanitarios drásticos y rápidos. No sólo había que erradicar al mosquito vector, sino también pavimentar y hacer acueductos y alcantarillados. En resumidas cuentas, hubo que hacer un trabajo de limpieza profundo a la ciudad de Panamá.
La limpieza, más que dar una buena impresión, es salud.