Imaginemos la escena: Walt Disney es un joven artista del dibujo, está sentado en su escritorio y garabatea sobre blancos pliegos figuras caricaturescas, trazos imprecisos, en busca de un personaje con el que iniciar su trabajo para los estudios cinematográficos que por aquellos tiempos daban sus primeros pasos en la proyección de cintas de dibujos animados.
Disney buscaba inspiración para crear su protagonista cuando de pronto, de entre sus libros y revistas, en medio del desorden de su estudio, un pequeño ratón surcó rápidamente la habitación y se perdió en la oscuridad.
No fue esta la única vez que se encontraron ambos, dibujante y ratón. Varias veces más, Disney percibió la rauda carrera de su pequeño compañero hasta que le llegó la iluminación y comenzó a darle vida y una personalidad definida.
El primer nombre que vino a la mente del artista no fue Mickey sino Mortimer y por algunos días jugó con varias otras nominaciones, hasta que finalmente se decidió por el más fácil de recordar y que hoy se mantiene vigente.
Desde el 17 de noviembre de 1928, fecha en que se proyectó la primera cinta animada donde apareció este inolvidable personaje, la industria del entretenimiento ha contado con un símbolo universal, un producto de exportación que ha llegado a todos los rincones del planeta y es una de las más famosas representaciones de la sociedad estadounidense.
Mickey Mouse o el ratón Miguelito, ha trascendido las expectativas y su propio creador, a veces, es más ignoto que su diminuta presencia en las pantallas de cine y televisión de todo el mundo.
Casi tres generaciones de seres humanos de todo el orbe, han disfrutado de las aventuras de este pequeño ratón y de sus posteriores compañeros que fueron añadidos a lo largo de los años para consolidar una de las más grandes empresas generadas por la imaginación de un solo hombre. |