Nuestra existencia tiene las características semejantes con la construcción de un círculo. Empezamos con el punto de partida que arma la concavidad y la completamos con el punto de llegada cerrando la unidad. Abre la niñez y cierra la vejez, con un punto equidistante entre el inicio y el final del famoso recorrido, la juventud, acaeciendo luego la declinación, como un astro intervenido por la provocación de un eclipse.
Millones aparecen diariamente jubilosos, pletóricos de energía y de movimientos bruscos a causa de la opulencia celular; millones dejan la vida en las trágicas despedidas, acosados por las dolamas incesantes, soportadas sobre los cuatro pilares de la ancianidad: la caducidad, la decrepitud, la ruina y la tristeza, en procesión silenciosa hacia la espesura abismal.
Cuando la mente y la memoria pierden la lozanía, mediante la intervención furtiva del letargo sedativo, las destrezas decaen poco a poco afectando progresivamente las habilidades del ser en decadencia. Afloran las ingenuidades, travesuras y tormentos en los viejos, prueba palpable que se escapan las fuerzas que han fortalecido las evoluciones de nuestro pensamiento. Este poder aminorado, otrora proveedor de exactitud, es peligroso, aconsejable es el no asignarle" trabajos delicados como cocinar, pueden cometer desliz, mezclando cualquier sustancia venenosa con los alimentos a ingerir. Siempre se les ve sentados en sus sillones o caminando apoyados en los bastones, empleando palabras conmovidas y temblorosas.
La miseria de un viejo no conmueve a nadie en ese avance hacia la noche de la vida, soledad sin ternura, donde el asilo en hospitalidad abre las puertas de par en par. Habla a un mismo tiempo con acento airado y grave, proscrito ha sido todo género de meditación atinada. Voz apagada amiga del desamparo, surgida con la desesperación que fustiga la angustia de la última esperanza desvanecida, muy semejante con el comportamiento de una paja arrastrada por la fuerza del huracán de la tarde.
