Desde el aire, la frontera de Panamá con Colombia aparenta ser inexpugnable. El frondoso bosque tropical domina el fondo cuando el avión se pone en giro directo hacia la Terminal Internacional de Tocumen. De repente, una larga carretera atraviesa el corazón de la selva, signo que la influencia humana está llegando al Darién.
La región colindante con el Departamento de El Chocó y la zona del Urabá es motivo de atención para Panamá, puesto que allí se encuentran frentes insurgentes izquierdistas en franca retirada ante la ofensiva armada del Ejército colombiano, apoyado por Estados Unidos.
Muy bien define el sociólogo Raúl Leís la situación del "Tapón del Darién": La frontera darienita se encuentra muy cerca del vórtice del huracán, próxima a un activo teatro de guerra. Guerrilleros, paramilitares, Ejército, narcotráfico y delincuencia común se disputan sitios claves para sus respectivas estrategias y proyectos. En sus planes no se encuentra la dominación del istmo, sino que ven el territorio fronterizo como un espacio de refugio para unos, pero que atrae como imán la represalia o acciones de castigo de otros, lo que puede tener como efecto pérdida de vidas, daños a la economía y la violación de los derechos humanos de la población que allí reside".
Recientemente, se elevó a la luz pública la propuesta de instalar dos bases aeronavales en la isla Chapera en el Pacífico y en Rambala, en el Atlántico, bajo control del Estado panameño. La idea radica en que la incursión de los criminales procedentes desde Colombia, sobre todo los narcotraficantes, hace vulnerable la seguridad de todos los panameños.
Frente a nuestras narices, el "combustible" de las guerrillas, es decir el tráfico de drogas, pasa por nuestras costas y nada puede hacer los endebles sistemas defensivos del istmo. Por ello, urge el reforzamiento del Servicio Nacional Aeronaval (SENAN).
La colocación de puestos de vigilancia en nuestras costas garantizará también poner freno a la inmigración ilegal procedente de Sudamérica, África y Asia. La trata de blancas y el tráfico de armas son también problemas que el Gobierno panameño debe lidiar. Cosa que la izquierda no entiende.
Es de igual preponderancia reforzar la vigilancia de la frontera. El Servicio Nacional de Fronteras (SENAFRONT), con apenas 2,000 unidades, puede a medias vigilar los límites entre Cabo Tiburón y Jaque. Son casi 250 kilómetros de costa a costa, imposibles de custodiar con ese pequeño número de policías fronterizos.
Es hora de que Panamá busque otras alternativas, como puestos fronterizos de avanzada y un sistema de vigilancia electrónico similar a la frontera de México y EE.UU., para evitar que los criminales y los guerrilleros se crean dueños del Darién. Todavía hay tiempo de hacer valer nuestra soberanía en nuestra frontera, antes de que los izquierdistas colombianos reclamen nuestro suelo patrio como zona de influencia. Recuerden, ahora los gringos no vendrán a protegernos. Y diremos entonces como el Chapulín Colorado: ¿Y ahora quién vendrá a salvarnos?