Parece mentira, pero en este país existen individuos que llevan puesto el sombrero político las 24 horas del día, los 365 días del año, y juzgan a otras personas en base a su afiliación política, o la falta de ella.
Si trabajan en una oficina gubernamental y son de un partido que está en el gobierno, se convierten en sapos. Vigilan constantemente a otros compañeros para averiguar si están en otro partido, y luego "sapearlos" para que los boten.
Los que no están afiliados a ningún colectivo tampoco pueden confiarse mucho, ya que ante los ojos de esos talibanes políticos, si no estás con ellos, estás contra ellos.
Estos sujetos apadrinan cualquier bribonada que sus copartidarios hagan. No tiene criterio propio, ni sentido del bien o el mal, ni valores relacionados con la patria, la familia, el trabajo, la justicia o la honestidad. Para ellos, lo único bueno para ellos es lo que hace su partido, y todo lo que provenga del resto es algo contra lo que hay que luchar.
Es una especie de fanatismo que comúnmente se ve en sectas religiosas y grupos extremistas.
Gran parte de los conflictos que tienen con compañeros de trabajo se basan en que están convencidos de que lo rodean "fichas" manipuladas por adversarios políticos para boicotear las acciones del gobierno. Para él
ella, la noción de que un empleado público no esté actuando bajo el paraguas o influencia de una fuerza política es inconcebible.
Todo tiene que ser un complot, y ante sus ojos, los complots tienen que ser combatidos con serruchadera de pisos y botadera.
Naturalmente, esta es la gente que menos trabaja en los ministerios, porque por lo general son botellas; gente que son de la tesis de que la política es para acomodarse con un puesto público durante cinco años. Y los demás, sálvese quien pueda.