La emigración masiva de los santeños hacia La Chorrera tuvo su apogeo a partir de 1950, cuando miles de campesinos de las áreas rurales de la provincia de Los Santos y Veraguas, golpeados por la pobreza y deseosos de mejorar sus condiciones de vida, deciden mudarse a este distrito, estableciéndose en las zonas montañosas de Cerro Cama, Las Mendozas, Zanguenga, Santa Rita, El Zaíno, y en los poblados de La Mitra, Playa Leona, Peña Blanca y Llano Largo.
Fue la búsqueda de terrenos para la agricultura y la ganadería lo que desde un comienzo motivó a estas familias a movilizarse hacia La Chorrera, trayendo consigo además de sus escasas recreativas y formas de trabajo colectivo como las hierras, cantaderas de mejorana, juntas de embarre, salomaderas y tantas otras, capaces de mitigar un poco la nostalgia por la lejanía del terruño abandonado.
Entre los apellidos más comunes venidos de la región de Azuero por aquellos días lejanos, figuran los Pérez, Montenegro, Medina, Cárdenas, Gutiérrez, De León, Velásquez, Samaniego, Mendieta, Domínguez, Frías y tantos otros, cuyos primeros troncos de familias ya han fallecido.
La llegada de los “tableños”, como solían calificar los chorreranos a todos los que veníamos de la región de Azuero, levantó en sus comienzos cierto recelo debido a la fama de taladores de árboles que se habían ganado mis paisanos, al punto que de esta práctica salían anécdotas jocosas como el caso del campesino azuerense que llegó a la casa de un chorrerano, y de inmediato el dueño de la vivienda le advirtió a sus familiares, “escondan el hacha y el machete que llegaron los tableños”.
Hoy, tantos años después, una de las celebraciones más concurridas en La Chorrera es el 10 de noviembre, donde los participantes son en su mayoría descendientes de los primeros santeños que arribaron a esta comunidad, pero con cédula 8 en vez de 7. |