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Jueves 4 de noviembre de 1999


EDITORIAL
Noventa y seis años de la Bandera panameña

¿Dónde están los panameños dispuestos a dar su sangre para defender los colores de la Enseña tricolor? Cuando se mira en derredor, buscando vestigios de esos patriotas nobles, que le dieron personalidad a la Patria y fueron labrando con dolores y sueños la Nación panameña, no se ven más que fantasmas.

Y no hablamos de esos grandes apellidos que se ganaron con su fortuna aparecer en los libros de Historia, no. Hablamos del común y corriente habitante de esta Patria, que amaba su país y lo defendía. Estas ideas de este 4 de noviembre recuerdan a esa gente común que nos convirtió en nación con su forma ordinaria de vida, que era digna y laboriosa y, sobre todo, llena de respeto a sus símbolos nacionales.

Antes, los hombres y mujeres que se cobijaban dentro de las fronteras panameñas amaban su Bandera. Hoy, la generación que ocupa los lugares de los ancestros idolatra otros símbolos: el dinero; un arete en la oreja; los anchos pantalones propios de los rapeadores del Bronx; la comida chatarra; música ajena; tradiciones sajonas; un carro de marca; la cultura extranjera...

Alguien dijo una vez que la mayor y mejor virtud de Panamá era su capacidad de amalgamar costumbres del mundo entero. Eso, no tener identidad definida y parecernos a tantas naciones a la vez, era nuestra cultura, nuestra vocación.

Tal vez sea cierto; pero el precio es muy alto. Ser un espejo de todos los usos del Universo puede parecer bonito, pero una juventud indiferente y sin amor a su Bandera, por ejemplo, es demasiado pago a cambio.

Aquellos patriotas que salieron a las calles de la vieja ciudad ese 4 de noviembre de 1903, con el Pabellón Nacional en alto para proclamar a los cuatro vientos los sueños de libertad de un pueblo sufrido, no son más que un tema aburrido en las aulas de clases, una pieza de museo; no están en la conciencia nacional... para el panameño común de fin de siglo no son nada, y eso es lamentable.

¿A quién se le puede hacer responsable por esta falta de calor y sentimiento patriótico? ¿Al régimen militar, que se encargó de eliminar los estudios humanistas y prefirió forjar una generación de tecnócratas? ¿A la clase política partidista que se ha encargado de convertir a todo un pueblo en piedra incrédula, indiferente?

Sea quien sea el "culpable", Panamá está en un punto del camino donde es imposible el retorno para volver a empezar; y donde sería lamentable seguir avanzando sin rectificar. No hay salida: 96 años después del nacimiento de nuestra primera Bandera, y a la puerta de un milenio nuevo, es momento oportuno para volver la mirada sin espanto, ver los errores cometidos y dar el paso hacia adelante, no sin antes pedir perdón a la Patria por nuestra falta de fe y amor a ella.

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