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Jueves 4 de noviembre de 1999


MENSAJE
Solidaridad en la muerte

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Hermano Pablo

Pedro Pareja Silva fue uno de los más notorios delincuentes en Bogotá, Colombia. Su especialidad eran los asaltos a los bancos. Un día en que se enfrentó a tiros con los representantes de la ley, Pareja Silva cayó fulminado por una bala. Velaron y sepultaron su cadáver en uno de los cementerios de la ciudad.

Una semana después, la joven viuda, Lucy Neira de Pareja, fue a visitar la tumba de su esposo, acompañada de su hijito de cuatro años de edad. Allí la señora cumplió con un juramento de amor. Dio de beber al niño un poderoso veneno y, acto seguido, ella también bebió una fuerte dosis.

Ambos, la madre y el niño, cayeron muertos sobre la tumba del que fuera esposo y padre. La familia estaba reunida en el reino de las sombras y bajo el signo de la condenación.

He aquí un caso de conmovedora solidaridad de una mujer con su esposo. Lucy no podía soportar la vida lejos de su esposo, al cual había amado intensamente. Cuando el hombre llegó al fin de su vida, ella decidió seguirlo al mundo desconocido de la muerte.

No obstante, es un caso de solidaridad equivocada. La esposa no tenía por qué seguir a su marido en el camino fatal desde donde no se vuelve, y mucho menos por qué seguir su destino de condenación eterna. Debe haber amor, lealtad y unidad hasta el sacrificio entre marido y mujer, porque esa es la ley divina; pero cada uno de nosotros tiene un alma eterna, y debe dar razón a Dios de sí. Lucy de Pareja no tendrá nada que decir ante el Juez eterno para justificar el asesinato de su inocente hijito ni su propio suicidio.

Podemos tener grandes amores y grandes lealtades en esta vida, pero el amor más grande, la fidelidad mayor y la lealtad más profunda se la debemos al Creador, Salvador y Señor nuestro. Es por Cristo, únicamente por Cristo, por quien debemos fidelidad hasta la muerte, y hasta más allá de la muerte.

 

 

 

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