Confieso que tengo una manía: Todos los días reviso con curiosidad los anuncios de muertes y misas de difuntos. A veces intento pensar en un chiste viejo que recuerdo: "reviso los anuncios de muertos para comprobar que no estoy allí... ¡y vivir!
Lo cierto es que lo único que tenemos seguro al nacer, es la muerte.
Por eso al acercarse el Día de los Difuntos, me siento más sensible.
Comienzan a circular por mi mente cantidad de tíos, tías y amigos y un primo, que ya se marcharon.
Recuerdo cuando era niño y me llevaban tempranito al Cementerio Amador. Allí estaba la imponente tumba de mármol gris del abuelo italiano Tomasso (o Tomassino, como me enteré que se llamaba realmente, hace pocos días).
La ocasión era propicia para que nos encontráramos los primos y conversáramos sobre lo acontecido en un año.
Estaba bien pintada la tumba del abuelo que nadie conoció, con la hierba recortada. Uno que otro ramo de flores adornaba el sitio.
Yo pensaba cómo hubiera sido mi relación con ese hombrón de bigotes y barriga, que me mostraban en una amarillenta foto.
Para esta fecha hago un recuento de los amigos que ya partieron y lamento su salida de este mundo, pues dejaron un vacío en mi persona.
Uno de ellos fue mi compañero del Instituto Nacional, profesor Osvaldo Gudiño Aguilar. Me llamaba "condiscípulo" y estaba orgulloso de ser del Nido de Aguilas.
Todavía no me acostumbro a su muerte. Cosa igual ocurre con "Toño" Díaz, desaparecido hace dos años. A veces lo busco cuando visito este periódico...
La profesora de secundaria Enriqueta de Clause nos abandonó luego de prolongada vida.
Ella se paró firme en el Instituto Nacional, hace cuarenta y seis años, para que no me botaran por estar en la calle luchando por "más escuelas y menos cuarteles".
Señaló a colegas timoratos que no se podía poner freno a la juventud. Su vida ejemplar y luchadora, guió a muchos institutores.
Y del Instituto Nacional también era el profesor Luis Vergara, promotor del Orfeón Ricardo Zozaya.
El me "mandó a vender mangos a la Central" porque mi voz no servía para cantar... pero sí para decir verdades como lo comprobó luego mi vida periodística. |