"Soy orgullosamente el corazón de nuestras tradiciones", dijo en tono firme la artista. A manera de aclaración expresaba su rechazo hacia los "iluminados". Quienes descubren sus raíces cuando necesitan ser el centro de atracción en alguna actividad social.
Amar la identidad cultural representa una auténtica actitud hacia nuestros orígenes.
Está por encima del vano protagonismo. Un pueblo tiene cuna en su folclor.
En el amor con que cultiva su tierra. En aquel sentimiento del alma que manifiestan con detalles a su patria. El campesino que saloma tierra adentro saludando el nuevo día. El obrero que junto al arquitecto construye con entusiasmo otro Panamá.
La maestra que enseña al hombre a plantar un mundo más humano. El pequeño que se hace grande en un hogar lleno de amor y paz. Las mujeres que muestran valor en su lucha por la vida. Los hombres que se fortalecen con el trabajo honesto. Eso es sentir que somos nación aún con nuestras diferencias. Es tener conciencia propia como panameños. Valorar un país en su conjunto es tarea de todos. Ver a la patria como materia prima esencial para el desarrollo nacional. Observar nuestros recursos como el máximo crédito que a largo plazo no crece sin un buen depósito.
En este sentido, aquellos que se ven a sí mismos como el corazón de nuestras tradiciones tienen una lucha perenne contra la ambición de los corruptos. Su esfuerzo ya alcanzó una dirección específica. Son héroes y heroínas anónimas que han logrado libertad para pensar, decidir y actuar, sin temor a la censura. Estos panameños no se rigen por cifras económicas, sino por orgullo nacional. La identidad no solo se establece en torno a una cédula. Tiene que ver también con el fervor patrio. Entender el por qué somos panameños y vestimos los colores rojo, azul y blanco debe ser el espíritu de nuestra educación.