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Fue una preparación larga y concienzuda. Duró doce meses. Cada día recibió clases, y fue aprendiendo los golpes, los ademanes, los gritos. Tenía bajo control los movimientos de cada músculo y cada hueso. Por fin obtuvo su diploma. Chester Palmer, de Melbourne, Australia, era un perfecto karateca.
sLleno de ínfulas y confianza en sí mismo, se metió en una jaula de leones y los desafió a pelear. Las cuatro fieras se abalanzaron sobre él y, en cuestión de dos minutos, lo despedazaron. "Pero no murió sin pelear -dijo Bill Richards, su maestro-; en la mano tenía un mechón de pelos de uno de los cuatro leones."
El karate es el arte de la defensa personal. Bien aprendido, puede servir cuando uno es atacado por asaltantes. Pero cuatro leones son muchos para cualquier karateca.
Así piensan algunos triunfar en cualquier empresa de la vida midiendo mal sus fuerzas. Creyéndose invencibles, y prescindiendo de Dios y de su ayuda, se lanzan a la lucha y quedan al final destrozados como Chester Palmer.
El apóstol Santiago dice: "Ahora escuchen esto, ustedes que dicen: "Hoy o mañana iremos a tal o cual ciudad, pasaremos allí un año, haremos negocios y ganaremos dinero." ¡Y eso que ni siquiera saben qué sucederá mañana! ... Más bien, debieran decir: "Si el Señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello" (Santiago 4:13-15).
¿Cuántos piensan que tienen la mejor salud física del mundo cuando de repente y sin previo aviso los sorprende un derrame cerebral o un infarto?
¿Cuántos hay que se creen bien establecidos en alguna empresa o en algún puesto político o en el mundo del entretenimiento, y cuando menos piensan, por alguna acción ajena a ellos, se encuentran en la calle con sus sueños arruinados? |
