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El violín y el maestro

Por: Hermano Pablo | Reverendo

Había bastante nerviosismo en la casa de remates Sotheby de Londres. Se estaba ofreciendo una de las piezas más extraordinarias de la colección. La puja empezó a subir: cien mil, doscientos mil, trescientos mil dólares.

El rematador comenzó a sudar. Aunque estaba acostumbrado a las grandes subastas, ésta le produjo escalofríos. La puja siguió subiendo: trescientos cincuenta mil, cuatrocientos mil, ¡cuatrocientos noventa y cinco mil dólares!

Hasta ahí llegó la subasta. No hubo más ofertas. Un coleccionista de Londres adquirió el violín Stradivarius en casi medio millón.

Son de veras excepcionales las ventas de ciertos objetos de arte. Se pagan centenares de miles de dólares por una miniatura de Velázquez, o un boceto de Rembrandt, o una copa labrada de Benvenuto Cellini o un violín de Stradivarius, como aquel que vendió la casa Sotheby de Londres.

Antonio Stradivarius fue un célebre fabricante de violines de Italia entre los siglos diecisiete y dieciocho. Los violines que fabricó, capaces de una sonoridad y de un tono realmente magníficos, son el orgullo de los coleccionistas y el sueño dorado de todo violinista de concierto.

Se cuenta la historia de un violinista famoso que anunció un concierto en que tocaría empleando un Stradivarius. Mucha gente acudió, no tanto por el concierto sino por ver el violín. El violinista ejecutó el Concierto No. 1 de Paganini, una pieza que requiere el mayor virtuosismo.

El concierto fue extraordinario. La gente aplaudió hasta el cansancio. Era música del cielo. Pero ante el asombro de todos, el violinista tiró al suelo el instrumento, y lo reventó con el pie. La gente no podía creer lo que estaba viendo hasta que el violinista explicó: "El violín con que he tocado no es un Stradivarius de trescientos mil dólares. Es un violín barato que me costó sólo sesenta y cinco dólares. He hecho esto para que vean que lo que vale no es el violín sino el maestro."

A los ojos de Dios nuestro Creador, cada uno de nosotros es un instrumento que Él mismo ha elaborado. No es un instrumento cualquiera, pues Él nos ha creado con la capacidad de desarrollar plenamente nuestro potencial. Lejos de tratarnos como lo haría un experto coleccionista, Dios no determina nuestro valor según el dinero, las propiedades, la posición social o los títulos que tengamos, sino que a cada uno nos considera su obra maestra. Por eso envió a su Hijo Jesucristo al mundo a dar su vida y así pagar el precio supremo como rescate por todos nosotros. En sus divinas manos cualquiera de nosotros que se disponga, pidiéndoselo, puede llegar a ser el Stradivarius que Él, el Maestro de maestros, ha dispuesto que sea.



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