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Jueves 19 de octubre de 2000



La razón de muchos casamientos

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Hermano Pablo

Reynaldo González, de treinta y seis años, y Lorena Moore, de veintisiete, iniciaron una condena de treinta y cinco años de cárcel y una multa de veintidós mil dólares cada uno. ¿Cuál era su delito? Muy sencillo: casarse. Los dos se casaban con personas del extranjero a fin de introducirlas legalmente a los Estados Unidos. Después de un tiempo gestionaban un divorcio, y sus «ex cónyuges» quedaban en el país ejerciendo diversas profesiones. Siempre andaban buscando nuevos clientes, a los que cobraban entre mil y mil quinientos dólares por el servicio.

Esto nos hace pensar en las diferentes clases de casamientos que hay entre los humanos. Hay, por ejemplo, el casamiento «apresurado», que se realiza a toda prisa antes que nazca el bebé. Hay el casamiento «por conveniencia», que se realiza para que una muchacha, o los padres de ella, se hagan de una fortuna.

Hay el casamiento «por despecho», que es el que realiza una señorita, o un joven, que han tenido un fracaso amoroso con la persona escogida de su corazón, y por despecho se casan con otro o con otra.

Hay el casamiento «tardío», que es el que realiza una pareja después de muchos años de vivir juntos, cuando son viejos y tienen ya hijos, nietos y hasta bisnietos.

Hay el casamiento delictivo, que es el que realizaban Reynaldo González y Lorena Moore, casamientos que las leyes penan severamente por tratarse de fraude. Y hay el casamiento «por amor», que es el que realizan dos jóvenes limpios, buenos y puros que en la plenitud de la vida se unen en unión perfecta y eterna.

Pero hay un casamiento más que podemos añadir a nuestra lista: el casamiento «espiritual», que es el que realiza cualquier persona al recibir a Cristo como su único Señor y Salvador. En este casamiento hay una identificación espiritual, completa y eterna, entre el pecador arrepentido y Cristo, su Salvador. Al igual que en el buen casamiento por amor, hay una perfecta identificación de alma y espíritu con el cónyuge, sólo que en este caso el cónyuge es el Señor Jesucristo, resucitado y glorioso. Este es el casamiento que todos, absolutamente todos, necesitamos.

 

 

 

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