Iban por una carretera del departamento de Caquetá en el sur de Colombia, transitada por camiones de carga, autobuses de pasajeros y autos, muchos autos. Los soldados detuvieron a uno de éstos. Una sola persona iba dentro de él.
"Tenemos que revisar su auto, padre", anunciaron los soldados. El sacerdote se bajó del vehículo. Lo revisaron, y dentro encontraron diez kilos de cocaína. "Tenemos que arrestarlo", le informaron los soldados.
Ya en la estación de policía, el jefe le recriminó al sacerdote: "Su vocación es dar la blanca hostia, no traficar con el blanco polvo."
Hace algunos años yo volaba de La Paz, Bolivia, a Miami, Florida. El vuelo hacía trasbordo en Santa Cruz, y me tocó una espera de unas dos horas. Una señorita de uniforme militar se acercó y me dijo:
-Usted es el Hermano Pablo.
-Sí -le respondí.
-El coronel del aeropuerto desea verlo. ¿Me sigue, por favor?
La seguí escaleras abajo y a través de unas dos o tres puertas cerradas. En un cuarto interior del edificio se encontraba el coronel.
-Perdone, Hermano Pablo -se disculpó-. Usted habla de estas cosas, y yo quería que lo viera.
En el cuarto había tres o cuatro militares y un joven vestido de civil.
-Este joven pretendía llevar esto a Miami -me explicó-.
Hay mucha gente que ha equivocado su vocación. El sacerdote colombiano, el abogado boliviano y el joven contrabandista erraron la suya.
Hay otros que pierden su vocación de padres de familia, como debiera ser, y abandonan el hogar, desamparan a los hijos, y sumen en la mayor tristeza y angustia a la familia entera. Son hombres y mujeres que no han sabido, o no han querido, comprender su verdadera razón de ser.
Quien no obedece la ley de Dios ha abandonado su vocación de persona digna. Pero Cristo nos devuelve nuestra imagen original, y nos ayuda a cumplir nuestra vocación en esta vida. Él pone en nosotros dos cosas: un deseo profundo de vencer, y la fuerza de voluntad para hacerlo. Entreguémosle nuestra vida a Cristo.