Panamá -su metrópoli, esto es- poco a poco se va pareciendo a una de esas grandes ciudades del mundo industrializado, en donde los rascacielos son la nota dominante en las respectivas urbes. Las modernas, lujosas y costosísimas edificaciones son el sello de ese crecimiento urbanístico exclusivo, creado especialmente por y para el sector económico que no pone reparo en los gastos, directos y colaterales que generan dichos inmuebles.
Pero, ¿y qué hay del albañil que con su sudor, idoneidad y riesgo personal, puso su empeño en ir colocando, cada día, bloque sobre bloque, hasta lograr los imponentes P.H's como finalmente hoy lucen a la vista de propios y extraños?.
Pues señores de la Cámara Panameña de la Construcción (CAPAC) y de la Asociación de Compañías de Bienes Raíces (ACOBIR), les llegó la hora de responder a la anterior interrogante, porque independientemente que cada "albañil" (y aquí "albañil" se refiere a todos los obreros de la construcción), se le paga por los servicios que brinda en su respectiva rama, esa gente también merece ser recompensados de un modo distinto, y por separado, porque una cosa es que hasta pierda la vida durante la construcción de esas moles de concreto y hierro, y otra muy distinta en cuanto al bienestar colectivo que deberían disfrutar ellos y sus familias.
En consecuencia, este columnista sugiere, y propone, que a los obreros de la construcción, tanto la CAPAC como la ACOBIR, ambos, deben comprometerse a construir un complejo deportivo
recreativo, con "todos los hierros", para esos trabajadores, asignándole a dichas instalaciones el nombre de uno de los obreros caídos en el cumplimiento de su deber, estructuras estas que igualmente deben levantarse en cada una de las capitales de provincia, guardando la proporción según la magnitud de la actividad que se desarrolla en las mismas. Creo que esto sería lo menos que pudiera hacerse por esos hombres.